Hace 77 años, el 9 de abril de 1948 fue asesinado por el imperialismo norteamericano el líder del Partido Liberal colombiano, Jorge Eliécer Gaitán. El hecho desencadenó una protesta espontánea del Pueblo Colombiano. El joven Fidel Castro testigo excepcional de este acontecimiento narró sus impresiones y vivencias a la periodista Katiuska Blanco (1) de esos días que marcaron su vida como revolucionario, afirmando: “Los estudiantes colombianos me pusieron en contacto con Jorge Eliécer Gaitán. Me llevaron a verlo y conversé con él. Encontré a una persona de mediana estatura, aindiado, inteligente, listo, amistoso. ¡Con qué amistad nos trató! ¡Con qué afecto!”

Por: Oscar H. AVellaneda (*)

“Nos entregó algunos de sus discursos junto a otros materiales, se interesó por el Congreso y nos prometió clausurarlo en un acto multitudinario en el estadio de Cundinamarca. Era su propuesta. Habíamos conseguido el apoyo del líder más popular, un dirigente con gran simpatía, con gran carisma. Era un éxito colosal hasta entonces. Recuerdo que él me entregó sus discursos, entre ellos uno muy bello, la «Oración por la paz», pronunciado en febrero de aquel año, al cierre de una marcha donde participaron 100.000 personas que desfilaron en silencio para protestar contra los crímenes.

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Fidel Castro en “El Bogotazo” (Foto: Misiones Cuba Minrex)

“Mi estancia en Colombia coincidió con la IX Conferencia Panamericana que tuvo lugar en Bogotá, donde se adoptó la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA). La idea era aprovechar esta coyuntura para realizar el Congreso Latinoamericano de Estudiantes y, desde una posición antiimperialista, reclamar la devolución del Canal de Panamá, la devolución de las islas Malvinas, la independencia de Puerto Rico y protestar contra la dictadura de Trujillo, en Dominicana (…)

“Colombia vivía una gran efervescencia, había un movimiento popular muy fuerte, el movimiento de los liberales, dirigido por Jorge Eliécer Gaitán (…)

“Los estudiantes colombianos mostraron su acuerdo con el Congreso y se entusiasmaron. La idea avanzaba rápidamente, ya existía un comité organizador que recibía estudiantes panameños, venezolanos, dominicanos, argentinos (…)

“Yo estaba acostumbrado a las protestas en Cuba cuando mataban a un estudiante, a un campesino. En otros países sucedía también así. En Venezuela, por ejemplo, hubo una gran protesta por crímenes que se cometieron; en Panamá por el estudiante inválido… Y cuando llegué a Colombia, me pareció raro que los periódicos publicaran noticias sobre 30 muertos en tal punto, 40 muertos en tal otro. Había una matanza diaria en Colombia (…)

“Me quedé asombrado de cómo una sociedad podía resistir tal masacre. En aquel momento el Partido Liberal estaba en la oposición y el Partido Conservador en el poder. Muchos de los crímenes eran cometidos por el Partido Conservador. Existía un clima de tremenda tensión. Gaitán convertido en líder era el seguro presidente de las próximas elecciones. Había unido a todos los liberales, era un hombre bien preparado, muy talentoso, era el gran líder del Pueblo colombiano, democrático y progresista. Así era el hombre que conocí (…) Un hombre de ideas brillantes, que se daba cuenta de la importancia del Congreso estudiantil frente a la IX Conferencia Panamericana, convocada por EEUU, donde se reunieron los dictadores y se tomaron acuerdos reaccionarios.

“Por aquellos días fui arrestado porque en medio de la preparación de nuestro evento —imprudencia nuestra— se nos ocurrió repartir unas proclamas en las que poníamos todas las causas de nuestra lucha: República Dominicana, Puerto Rico, Panamá, las Malvinas, contra las colonias y los dictadores. Era casi una proclama bolivariana lo que preparamos. Ni me acuerdo cómo las imprimimos, el caso es que con nuestros métodos de estudiantes agitadores, lanzamos el manifiesto desde el último piso del teatro Colón, donde tenía lugar un acto solemne en honor de todos los cancilleres, con la presencia del presidente de la República, la oligarquía, la burguesía, gente a la que no le interesaba, en lo absoluto, la soberanía de Puerto Rico ni la democracia en República Dominicana. Tiramos las proclamas creyendo que era lo que teníamos que hacer, sin darnos cuenta de que se trataba de una tontería.

“Volvimos para el hotel, y poco tiempo después nos detuvieron, la policía nos venía siguiendo, a Del Pino y a mí. Nos llevaron a una callejuela con pocas luces, unas instalaciones policíacas denominadas las Oficinas de Detectivismo. Debe de haber sido algo así como un cuerpo represivo de vigilancia para descubrir actividades comunistas. Nos interrogaron y les expliqué lo del Congreso, ellos creyeron que éramos comunistas, pero parece que le caí simpático al oficial, le agradó de alguna manera conocer nuestra causa, y después que me escuchó nos dejó en libertad. Registraron nuestra habitación en el hotel, no encontraron armas ni dinamita, todo lo que había era un programa. Parece que también tuvieron en cuenta que éramos estudiantes y nos soltaron, aunque luego supimos que nos estuvieron chequeando.

“Parábamos en un hotelito acogedor, pero pequeño, muy barato (…) El 9 de abril almorzamos en el hotel y, cuando estábamos haciendo tiempo para reunirnos con Gaitán, vimos una agitación, gente corriendo por las calles, nos acercamos y escuchamos a la gente que gritaba: «Mataron a Gaitán, mataron a Gaitán, mataron a Gaitán». Así empezó todo. Corrían por aquí, corrían por allá, y nosotros seguíamos acercándonos al centro; no estábamos muy lejos, estaríamos a cinco o siete minutos de la oficina de Gaitán (…)

“Lo vi todo, la gran agitación, no habían pasado ni cinco minutos y ya la gente estaba tirando piedras, irrumpiendo en las oficinas. Es decir, no habían pasado ni diez minutos desde que las noticias comenzaran a circular y la gente empezó a reunirse como un remolino, como un ciclón; primero ocuparon una oficina y lo rompieron todo. Yo llegué a un parque y vi a un individuo dando palos, golpes, tratando de romper una máquina de escribir, y lo vi tan angustiado y pasando tanto trabajo para romperla, que le dije: «Espérate, no te desesperes, dame acá», y agarré la máquina y la tiré hacia arriba, fue lo que se me ocurrió para ayudar a aquel hombre.

“¡Nadie se puede imaginar las grandes aventuras que viví en tan poco tiempo!, pero todas aquellas experiencias me enseñaron, las luchas de grupo, lo de Cayo Confites, El Bogotazo. Fui ganando terreno en la parte táctica, estratégica. Ahora, tenía muy claro que aquello no era una revolución, no lo consideré siquiera cuando se trataba de ajusticiar a un esbirro de la época de Machado o de Batista, o cuando se tomaban venganzas de tal tipo, nunca me pasó por la mente, al punto de que hubo gente que me quiso matar, que después fueron Ministros del Gobierno Revolucionario. Creo que nunca en mi vida me dejé llevar por revanchas, ¡me parece tan absurdo! (…) Cuando nosotros hemos capturado a alguien no lo hemos hecho por venganza, ha sido como una defensa, un ejemplo para que tales crímenes no se cometan.

“Y cuando triunfó la Revolución, cuando sancionamos a muchos criminales de guerra, no lo hicimos con espíritu de revancha o de venganza porque equivale a pensar que los hombres son culpables, como si el hombre estuviera ajeno a la época, a la historia, a la sociedad, a la educación que recibió. Muchas veces a un criminal de guerra ha habido que castigarlo. En otra época, en otra sociedad, dicho hombre no hubiera sido un criminal porque el medio, la sociedad hace al hombre. No son los hombres los que hacen la sociedad, es la sociedad la que hace a los hombres. Si se va a aplicar un castigo y existe una filosofía de la gran dependencia del hombre en relación con el medio donde vive, no tiene sentido la venganza.

“Hay que tener en cuenta que la oligarquía y el imperialismo no solo matan organizando un atentado, no solo matan armando a un asesino, pagándole y dándole la tarea. Muchas veces en la historia, la oligarquía y el imperialismo matan creando un ambiente, una atmósfera. Van creando las condiciones psicológicas para que, entre la masa de fanáticos y de gente reaccionaria, surja un individuo que mate. Es decir, para mí no tiene que haber sido organizada directamente la muerte de Gaitán, aunque no tiene nada de extraño que a un individuo con tales características, la oligarquía y el imperialismo hayan decidido asesinarlo. Que lo decidieran y lo asesinaran, no sería extraño. Pero no es la única forma de matar, una forma muy sutil, o no tan sutil; también ellos lo hacen creando un clima de violencia, violencia, violencia; matan, crean provocaciones, crean un clima de violencia y excitan el sentimiento reaccionario, el sentimiento fanático contra un líder, hasta que en la masa de miles de fanáticos alguien busca un revólver y le da un tiro. Ellos crean las condiciones psicológicas, ambientales, para que se produzca una agresión. Así que a Gaitán la oligarquía y el imperialismo pudieron haberlo matado, porque organizaron directamente el asesinato o porque crearon todas las condiciones para tal asesinato. Y era un individuo que no tenía ninguna protección.

“De la misma forma que, por ejemplo, a Martin Luther King lo mataron en EEUU. Allí también se creó la atmósfera, el ambiente, la idea de que Luther King era un hombre peligroso, antirracista; y entonces un racista pagado, un racista organizado y armado o un racista por iniciativa propia, decidió matarlo.

Lo de Olof Palme fue de otra índole. No me parece que fuera acción de un fanático, porque Palme tenía posiciones muy claras, muy correctas de tipo internacional en muchos problemas: el problema de la carrera armamentista, de la paz, del racismo, el problema de Centroamérica. Tenía posiciones, pero no creaba en el país un clima de fanatismo (…)

“Había muchos puntos de la política de Palme que chocaban con la de EEUU, como ahora chocan los políticos que denuncian el cambio climático y la insostenibilidad de la existencia humana en el planeta con el sistema capitalista. Como ahora chocan líderes como Evo y Chávez, en torno a los cuales el imperialismo ha intentado también crear una situación de violencia que propicie el magnicidio. Con Chávez, durante el golpe de abril de 2002, estuvieron a punto, a un punto escalofriante de conseguirlo”

Katiuska Blanco. —Comandante, ¿considera que en Bogotá vivió por primera vez una revolución o al menos una experiencia que recordaba la toma de la Bastilla en París, Francia, o la del Palacio de Invierno en San Petersburgo, cuando se estremecía el imperio de los zares en Rusia?

Fidel Castro. —“Yo había vivido las revoluciones, las insurrecciones y los grandes acontecimientos históricos nada más que en los libros, y había vivido muchas luchas, manifestaciones de estudiantes en Cuba, había participado en la expedición de Cayo Confites, pero no había visto un estallido social, revolucionario. Fue aquel el primer estallido que viví.

“En tal época tenía idea, pero libresca totalmente, en teoría, de lo que era una insurrección popular, y de súbito tuve ante mis ojos una verdadera insurrección. Aquello fue más bien un estallido, una rebelión total del Pueblo, y vi en acción todos los factores, toda la psicología, todas las leyes de las masas desatadas, vi todo lo que ocurre en una situación así. También vi todos los errores cometidos, de un país sin dirección, un movimiento sin dirección; vi la actitud de los líderes políticos, cómo actuaron en aquel momento, tan mediocremente que, incluso, traicionaron al propio Pueblo liberal, al propio Pueblo Gaitanista. Vi la endeblez de todos aquellos políticos, vi los errores de los jefes militares dentro de aquella situación. Pude apreciar también lo terrible que resultaba la falta de una cultura política y de una disciplina, cuando la gente traduce su indignación en un espíritu destructivo. Primero fue destructivo, la gente primero no quería llevarse nada y luego, hasta vandálico.

“La primera reacción de las masas, de la muchedumbre, fue destruir; destruir lo que constituyera una oficina oficial, una tienda, un comercio. Parecía como si vieran al enemigo en todo lo que fuera representación oficial de aquellas propiedades. Inicialmente la actitud de la masa irritada, indignada, al conocer la muerte de Gaitán, no fue robar, no fue saquear, fue destruir. Después la gente transformó el espíritu destructivo en un espíritu de tomar posesión de todo, apoderarse de todo, saquear. Es lógico que ocurra algo así en una población tan pobre que de repente vio que desaparecieron las puertas y las vidrieras y que los bienes estaban ahí a su alcance. Eso prueba falta de una conciencia y cultura políticas en las masas.

“Y era lógico. Las masas analfabetas, explotadas, confundidas, engañadas, no vieron la lucha como un instrumento para cambiar su destino, y allí se transformó el espíritu antigobernante, en espíritu destructivo y de saqueo. Imagino que muchos se dedicaron a saquear y muchos a luchar.

“También fue la primera vez que vi columnas, masas de Pueblo sublevadas, mezcladas, típicas de la Revolución Francesa; cuando la gente con picos, palas, machetes y fusiles, con todo, se reunían, atacaban, asaltaban.

“La toma de la estación fue como la toma de la Bastilla, me imagino que así fue la de la Bastilla: llegó una multitud, entró en la Bastilla un día y la destruyó. Así fue como tomaron aquella y varias estaciones de policía. Fueron las masas, en columnas, porque por alguna ley psicológica, sin que nadie las organizara, a veces se reunieron hasta 100 personas e iban en una dirección, y se iban sumando más. Nadie los organizó.

“Vi también la falta de organización. Pude apreciar las debilidades políticas que significaban la falta de una conciencia, la ausencia de jefatura y de táctica militar. Observé todo. Fue vital para mí. Medité mucho sobre todo y creo que me enseñó extraordinariamente (…)

“También me enseñó la endeblez, la superficialidad, la falta de lealtad de los líderes políticos burgueses, por la forma en que fueron capaces de traicionar al Pueblo, hacer pactos y arreglos a espaldas del Pueblo. Creo que esta es la impresión fundamental que recibí (…)

“En aquel momento yo era un izquierdista, luego fui un comunista utópico y, después, un marxista-leninista. Un individuo con tales características, que no tiene un norte, no tiene una teoría en la cabeza, a mí me caen las ideas del marxismo-leninismo como el agua en el desierto; ya uno se encuentra algo que es lo que empieza a explicarlo todo. Entonces, se unen la teoría revolucionaria con la vocación revolucionaria porque indiscutiblemente yo tenía vocación revolucionaria, a mí todo me interesaba muchísimo y lo tomaba muy en serio. Mi vocación era la política.

“Así que antes de ser marxista fui, en cierta forma, internacionalista y socialista utópico. Para mí, llegar al marxismo fue llegar a la luz, al agua, al oasis; llegar a una teoría, a una comprensión. Lo que viví con la inexperiencia propia de la juventud, los riesgos a los que me expuse, lo que vi a lo largo del camino, influyó notablemente en mí.

“Yo tenía un gran instinto porque decía: «Esa guerra es estéril, esa venganza no tiene sentido, la revolución se hace desde el poder, desde el poder se pueden hacer leyes justas». Todavía no era el socialismo, pero ya estaba pensando en una sociedad sin discriminación racial, sin robos, sin corrupción; sobre todo, pensaba en una revolución, en un poder que todavía no era marxista, pero que no admitiera el crimen, la tortura, el robo, que respetara los valores éticos. Hay una serie de valores éticos en torno a los cuales gira una revolución. Aun así todavía mis ideas no respondían a una doctrina revolucionaria. Bolívar en su época fue revolucionario, y Martí también. Pero en nuestra época yo no podría serlo con las ideas de Bolívar o con las de Martí o de Maceo porque eran las ideas que correspondían a otra etapa histórica. Aquel bagaje político cultural que yo tenía, no era un pensamiento social avanzado.

“Pero cosa curiosa, empecé a tener un pensamiento de mi propia cosecha: socialista y comunista, cuando me puse a estudiar más en serio la economía, los libros de economía política. Fue a finales de 1947 —más o menos—, viendo algunas cosas, pero empecé con más seriedad en 1948. Es decir, a la vuelta de El Bogotazo, cuando me dediqué en serio a estudiar (…)

“La idea de la justicia y la idea de una sociedad mal organizada, me llevaron a una concepción socialista y comunista de la economía, sin que todavía yo supiera de clases ni de lucha de clases ni del origen histórico de las clases. Fue muy curioso, toda una serie de ideas propias del marxismo-leninismo me deslumbraron; me deslumbraron y todavía hoy me deslumbran, lo que no acepté fueron las formas en que los hombres interpretaron el marxismo. Fue mi etapa premarxista, bolivariana, martiana, pero no marxista; era un revolucionario democrático, patriota, pero no un revolucionario socialista.

“Había leído la historia de la Revolución Francesa, sobre las asonadas, las manifestaciones y la insubordinación popular. Cuando estaba en el bachillerato, y ya en la Universidad, una de las cosas que más me impresionó fue el texto de la Revolución Francesa. Cuando me sorprendieron los acontecimientos en Bogotá, tenía una cultura relacionada con procesos históricos que me habían llamado mucho la atención; era martiana, era bolivariana. Sabía lo que era la revolución, pero no desde una interpretación marxista, sino a partir de los grandes acontecimientos históricos, cuando los hombres se rebelaron contra la tiranía, contra la explotación, contra la injusticia.

“Todavía no había entrado en contacto con la literatura marxista, todavía no me había puesto a estudiar la economía política en serio; porque la gente que más o menos podía ejercer una influencia sobre mí, que eran unos pocos comunistas de la Universidad, me veían como a un incorregible discípulo de los jesuitas, al hijo de un terrateniente. Tendría que hacerle una crítica a Alfredo [Guevara], pues podían haber trabajado conmigo. Estoy seguro de que existían prejuicios (…)

Nota:

1. Publicadas en el libro «Fidel Castro Ruz. Guerrillero del tiempo»

(*) Miembro del Movimiento Colombiano de Solidaridad con Cuba

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