El senador Miguel Uribe se encuentra recuperándose en la clínica Santa Fe. Ilustración Semanario Voz
La preocupación que deja este hecho es la posibilidad de que sea el comienzo de un plan de desestabilización que intente abortar violentamente el proceso del cambio
Por: Federico García Naranjo
@garcianaranjo
Al momento de redactar este artículo, el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay se debate entre la vida y la muerte, tras el atentado a tiros del que fue víctima el pasado sábado en Bogotá. Desde la redacción de VOZ, hacemos firmes votos por su recuperación, convencidos de que la violencia no puede tener cabida en la política. Lo necesitamos con vida, senador.
Todo atentado contra la vida humana es condenable, en especial en un país como Colombia, donde la violencia ha sido un medio habitual de resolución de disputas políticas. No obstante, el atentado contra Uribe Turbay es algo gravísimo. Nieto de Julio César Turbay, forma parte de una de las familias políticas más poderosas del país, lo más parecido a la aristocracia criolla. Por eso, Álvaro Uribe lo eligió como cabeza de lista al Senado por el Centro Democrático. En otras palabras, es un intocable.
Eso significa que los responsables detrás del hecho son, con seguridad, actores muy poderosos, con la capacidad para ejecutar una operación de esta magnitud. El Gobierno ha señalado la posible alianza entre mafias y grupos de extrema derecha, tanto colombianos como extranjeros, que posiblemente estarían urdiendo un plan para asesinar a varios líderes políticos.
Si esa información es precisa, el atentado contra Uribe Turbay podría ser la primera acción de ese plan: un acto pensado para dar la sensación de una violencia fuera de control y no de un plan calculado de desestabilización. En ese contexto, ante la inevitable pregunta ─¿a quién le conviene?─, la respuesta es clara: al Gobierno y al presidente Petro, definitivamente no.
La coyuntura
El atentado sucede en un momento político muy particular. A menos de un año para las elecciones parlamentarias y presidenciales, la derecha no logra articular un discurso ni un liderazgo capaces de competir a las fuerzas del cambio. Mientras tanto, las reformas sociales se pelean tanto en el Congreso como en la convocatoria a la consulta popular, reformas que gozan de alta aprobación en la opinión pública. Al mismo tiempo, el juicio contra Álvaro Uribe se encuentra en su fase definitiva y el porvenir no es halagüeño para el expresidente.
En la reciente convención de Asobancaria, varios precandidatos expusieron sus propuestas, incluso uno que prometió “dar balín” a la protesta social, para arrancar risas y aplausos entre el público. Además, un día antes del atentado, una jueza determinó que la votación en el Senado que enterró la consulta popular fue fraudulenta y debía repetirse. En síntesis, el efecto más inmediato del atentado contra Miguel Uribe es que el país pasó de estar emocionado con las reformas sociales y la consulta popular a estar preocupado por la seguridad, justo el terreno donde la derecha se siente cómoda.
Las reacciones
Si bien era previsible que los precandidatos presidenciales y los medios corporativos de desinformación intentaran sacar rédito político del atentado, la verdad es que lo visto ha sido repugnante. Sin ningún sentido del pudor, varios líderes de la derecha llegaron a las puertas de la Fundación Santa Fe, donde está internado Uribe Turbay, para tomarse fotos, dar entrevistas, arengar a las varias decenas de personas que se concentraban frente a la clínica y señalar como responsable al presidente Petro. Vicky Dávila, incluso, usó su camioneta como tarima improvisada para lanzar consignas contra el presidente.
Por su parte, los medios hegemónicos ─cada vez menos─ se esfuerzan en imponer la narrativa de que el atentado fue provocado por el discurso incendiario del Gobierno. Incluso el secretario de Estado de Estados Unidos Marco Rubio, se entrometió groseramente y dijo que el atentado era el resultado de la “violenta retórica izquierdista”. Lo más llamativo es que se denuncia ─a gritos y con lenguaje de odio─ que el origen del atentado es el supuesto discurso de odio del Gobierno y sus seguidores.
Es interesante además cómo la izquierda ha expresado una absoluta condena al atentado y una unánime solidaridad con Miguel Uribe, mientras muchos actores de la derecha han instrumentalizado el hecho y sus precandidatos luchan para mostrarse cada uno como el más indignado y el más adolorido.
Las inconsistencias
¿Por qué disparar contra un precandidato que no significaba una amenaza electoral para nadie? Hay muchos factores que no cuadran en este atentado: el perfil del atacante, un niño de 14 años aparentemente reclutado hace poco por una red de sicariato; la reducción, el día del hecho, del esquema de seguridad de siete a tres escoltas; la ausencia de un plan o un vehículo de escape, lo que llevó al atacante a correr por las calles y parques del barrio Modelia hasta ser capturado.
La posibilidad de que el arma usada en el atentado no sea la misma que fue incautada por la Policía; la aparente pérdida del teléfono celular del atacante, donde estarían “los números” de quienes le dieron la orden; la revelación, una hora después del atentado, en una cuenta de la red social X a nombre de reservistas de la fuerzas militares, de los datos de la familia del atacante; en fin, son muchas preguntas y las que faltan.
¿Otro ciclo exterminador?
Se ha dicho con insistencia que este atentado nos regresa a épocas de violencia cuando se asesinaba a líderes políticos todas las semanas. “Hemos vuelto a los 80”, dicen. Esta expresión se equivoca en un sentido, pero acierta en otro. Por una parte, oculta que los últimos 40 años han sido unos de los más violentos en nuestra historia, con fenómenos de violencia como el paramilitarismo, el genocidio contra la UP, el desplazamiento forzado o los falsos positivos. La narrativa de “antes estábamos mejor” solo sirve para atacar el proceso del cambio.
Sin embargo, la expresión acierta porque alude al momento histórico cuando comenzó lo que el profesor Francisco Gutiérrez Sanín llamó el segundo ciclo exterminador. Gutiérrez establece que en la historia de Colombia los escasos procesos de apertura política han sido abortados por ejercicios sistemáticos de violencia oficial contra los opositores al statu quo: los ciclos exterminadores. El primero se presentó después de las reformas de López Pumarejo: la Violencia liberal conservadora de los años 40 y 50. El segundo buscó frenar el proceso de democratización de la Constitución de 1991: el paramilitarismo.
Lo más grave del atentado contra Miguel Uribe es que podría convertirse en lo que desate el tercero. Por ello, es muy importante ahora llamar a la paz, verificar la información, promover la pedagogía, fortalecer la comunicación alternativa y, sobre todo, practicar la solidaridad. Si vienen por nosotros, solo podremos resistir si estamos juntos.
Con información del Semanario Voz