Radiografía del impacto que ha tenido el impulso a la economía popular y solidaria en las regiones del país.

Llegamos al tercer año, del primer gobierno del poder popular de nuestro siglo. El programa de Gobierno que adoptó el pueblo como su mandato estableció unos retos de corto y largo plazo para iniciar una era de transformaciones necesarias para que nuestro país se inserte con vitalidad en el concierto de las naciones.

Por:Mauricio Rodríguez Amaya
Director Nacional de Prosperidad Social

Pese a las enormes dificultades, obstáculos, impresiones y no pocos atentados contra el proyecto democrático, podemos poner la frente en alto para decir que cumplimos, que hemos dado inicio a la ruta del cambio y que esta senda será imparable.

El gobierno del Presidente Petro ha encontrado en el movimiento popular, solidario y comunitario un gran aliado para adelantar las apuestas territoriales de transformación. Desde La Guajira hasta Nariño, el Pacífico y la Orinoquia, resurgen en Colombia miles de expresiones de las organizaciones populares y comunitarias, se han integrado circuitos solidarios y se ha promovido un instrumento decisivo para hacer posibles las aspiraciones de los pueblos, la integración de las organizaciones territoriales para sacar adelante sus iniciativas campesinas, populares, indígenas, afrodescendientes, de las mujeres, los y las jóvenes. El movimiento solidario ha logrado establecer agendas colectivas, planes de fomento para la producción agroalimentaria y la agroindustria, para fortalecer la economía popular y el poder comunitario.

En La Guajira, las organizaciones solidarias y populares inauguraron una experiencia potente de turismo solidario para incorporar a sus comunidades como parte de la belleza que cualquier turista del mundo merece conocer a partir del respeto y el diálogo intercultural.

En Bolívar, las organizaciones campesinas se juntaron para la producción agroalimentaria y establecieron una potente alianza con los mercados populares de Cartagena, con el fin de lograr la comercialización justa de alimentos y contribuir a la soberanía alimentaria. Tanto en Sucre como en Córdoba, la economía campesina crece a partir de la producción de alimentos y el turismo.

En Santander surge una de las experiencias más poderosas de integración regional, en el centro y sur del departamento, en donde alcaldes y organizaciones se han juntado con el Gobierno del Cambio para incentivar la producción alimentaria, la agroindustria y el turismo. Este territorio solidario ha logrado demostrar un nuevo modelo de gobernanza, en donde el movimiento cooperativo se convierte en motor fundamental del desarrollo.

En Cúcuta, la economía popular se asoció en una gran federación que le apuesta a la formalización empresarial, a la recuperación de la industria propia y a la promoción del turismo agroecológico. Esta red de organizaciones se integra solidariamente a las organizaciones populares del Catatumbo para la producción y comercialización de alimentos, sustituir cultivos de uso ilícito y construir condiciones para la paz en el territorio.​

Lazos productivos

Entre Arauca y Boyacá, el cacao se ha convertido en fuente de riqueza colectiva, mediante los procesos de producción y agroindustrialización, para alcanzar nuevos paladares en Colombia y en el mundo. Este circuito solidario le apuesta a consolidar la región como potencia mundial cacaotera con la asociatividad, la ciencia y el mercado. Ya empiezan a tejerse los lazos con el sector cacaotero de Santander, Norte de Santander y Casanare en la perspectiva de una gran región solidaria para la agroindustria.

En Cundinamarca, cientos de organizaciones solidarias y populares también le apuestan al turismo, a la agricultura y al arte. Desde el Sumapaz hasta las tierras calurosas de Flandes, el movimiento cooperativo crece, se integra y se proyecta como promotor de las economías para la vida en toda la región.

En el Tolima, el Circuito Social Agroalimentario se fortalece con tiendas solidarias y mercados campesinos. La ecorregión Tatacoa se consolida como polo turístico, agroalimentario y generador de energías limpias, gracias al trabajo decidido de sus organizaciones.

En el Huila, la asociatividad campesina para la producción, transformación y comercialización del café toma fuerza. Un nuevo modelo de cooperativismo cafetero, donde los productores son al mismo tiempo los dueños del mercado y la innovación tecnológica, se abre paso paulatinamente gracias a la juntanza de más de 80 organizaciones que impulsan las redes solidarias del café. El arte y la cultura también se juntan en organizaciones solidarias, para promover el legado histórico y el patrimonio propio de la cultura popular.

Circuito agroalimentarios

En la Amazonía, la protección de la naturaleza encuentra en sus organizaciones solidarias y comunitarias su principal protagonista. En Putumayo, Caquetá y Amazonas, los circuitos solidarios acogen la producción limpia de alimentos, al turismo solidario y la defensa del pulmón del mundo.

En Puerto Nariño nace un nuevo cooperativismo juvenil que se integra con las juventudes plurinacionales del Perú y Brasil, a partir de una agenda propia que junta a los pueblos más allá de las fronteras.

La Orinoquia le camina a la asociatividad y se configuran circuitos turísticos y agroalimentarios, de la mano de pueblos indígenas, campesinos y colonos. En Vichada y Guainía, el cooperativismo crece para impulsar un turismo para que se conozcan los secretos de los primeros pobladores del país.

El Pacífico vive un momento de auge del movimiento solidario. En Tumaco, la juntanza de más de 100 organizaciones impulsa el cooperativismo multiactivo para pesca, artesanías y turismo. En Buenaventura, la economía popular y comunitaria se organizó en una gran cooperativa multiactiva para disputarse espacios estratégicos, como la participación en la administración de uno de los puertos del Pacífico; platoneras, piangüeras, artesanas y artistas llenan de vida un territorio duramente golpeado por la violencia, pero que no renuncia a reconstruirse de la mano de sus jóvenes y de sus mujeres.

En Chocó renace el mercado popular juntando los esfuerzos de organizaciones campesinas que, a través del Atrato, llevan alimento a la plaza de mercado de Quibdó. Se organizó la cooperativa de la economía popular para transformar el mercado local en una gran vitrina del turismo, la alimentación y la justicia social.

Falta mucho por hacer. Colombia requiere un Plan Decenal para la economía solidaria, popular y comunitaria, que le de mejores herramientas e instrumentos al movimiento solidario en todas las regiones. Pero, sin duda, este es el periodo de mayor auge del cooperativismo en sus alianzas regionales, de la integración estratégica y de un cambio de perspectiva hacia la prosperidad y el enriquecimiento colectivo de las poblaciones organizadas en asociaciones, cooperativas, mutuales, fondos de empleados, mingas y colectivos.

La asociatividad se viste con los colores de la diversidad en la Colombia, Potencia Mundial de la Vida.
Con información Presidencia de la República

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