El Día de la Victoria en Alemania se ha vivido en un ambiente enrarecido. Hemos visto el cinismo de las democracias de Europa occidental que hoy insisten en llamar “luchadores por la libertad” a los colaboracionistas nazis, mientras niegan el papel protagónico del Ejército Rojo en la derrota del Tercer Reich.
Por: Alejandro Cifuentes y Beatriz Guerrero (*)
En Alemania, a diferencia de países como Francia, la conmemoración de la derrota del fascismo se extiende por dos días. La razón es simple. Los nazis firmaron la capitulación en Berlín a las 22:43 del 8 de mayo de 1945 ante una delegación de oficiales de los ejércitos aliados encabezada por el mariscal soviético G. Zhukov, pero, por la diferencia horaria, la rendición fue registrada formalmente en Moscú a las 00:43 del 9 de mayo. En occidente, la fecha oficial de las conmemoraciones es el día 8, mientras que en Rusia y las Repúblicas exsoviéticas, el Día de la Victoria se celebra el 9. Sin embargo, en Alemania, al ser epicentro de este suceso, y al estar ubicados en su capital los memoriales de guerra más grandes del mundo fuera de Rusia, la gente acude a conmemorar el evento durante ambos días.
Paradójicamente, en Alemania no existe un feriado oficial para recordar el triunfo sobre el nazismo. Esto no sorprende pues la Unión Europea ha venido haciendo grandes esfuerzos para minimizar el rol soviético en la derrota del nazismo y para criminalizar al Ejército Rojo. Esta campaña ha empeorado durante los dos últimos años, pues se ha querido asociar el Día de la Victoria a la propaganda bélica de Putin.
Este año en Berlín el revisionismo alcanzó niveles de censura inusitados. Las autoridades de la capital prohibieron el uso de cualquier símbolo calificado de “pro-ruso” en los memoriales y museos que recuerdan la gesta del Ejército Rojo.
A escasos metros de la Puerta de Brandemburgo, lugar icónico que congrega a turistas de todo el mundo, se encuentra el memorial soviético de Tiegarten. Allí acudimos la mañana del 8 de mayo para presentar nuestros respetos. Nos encontramos que justo ese día la ciudad inició la construcción de un escenario promocional para la Eurocopa, cuyas obras impedían el paso directo hasta el monumento. Alrededor de este había una barrera policial que cercaba un espacio que normalmente es de libre acceso.
La policía estaba allí para asegurarse que ninguna insignia, bandera o símbolo alusivos a la Unión Soviética fueran ingresados, pues estos se consideran propaganda “pro-rusa”. Pero los símbolos nacionales ucranianos no estaban prohibidos y al llegar al pie de la estatua del soldado soviético que corona el memorial, atestiguamos la agresiva provocación de un sujeto que portaba la bandera ucraniana. A su alrededor apareció un enjambre de “reporteros” desesperados por retratar los rostros del grupo de personas agredidas.
En la tarde nos trasladamos al Museo Berlín Karlshorst, anteriormente denominado museo Ruso-Alemán, localizado en la casa donde se firmó la rendición. Al llegar allí la única bandera que ondeaba en la fachada del edificio era la ucraniana y los trabajadores del museo, convertidos en una suerte de policía política, nuevamente impedían el ingreso de hoces y martillos, estrellas rojas y cintas de San Jorge.
A la entrada de la casa, junto a un imponente tanque T34-85, yace una placa con la siguiente inscripción: “Las hazañas de los soldados soviéticos en la lucha contra el fascismo estarán vivas en los corazones de la generación actual y futura”. Un mensaje irónico porque la actitud de las autoridades tiende a lo contrario.
Pero en medio del ambiente negacionista brillaba un pequeño grupo de mujeres antifascistas. Allí conocimos a la alemana Gisela Lingenberg, quien nos contó que en 1945 ella, con tan solo 6 años de edad, estuvo a punto de ser ejecutada junto a su familia pero fue salvada por soldados del Ejército Rojo. Gisela nos dijo que desde entonces decidió luchar contra el fascismo.
Nuestra celebración del 9 de mayo inició temprano. Nos trasladamos al memorial Soviético más importante de Alemania, localizado en el Treptower Park, que es el lugar de descanso final de 7.000 soldados del Ejército Rojo quienes dieron su vida por liberar a la humanidad del nazismo.
Al llegar nos encontramos con Egon Krenz, último líder de la RDA. También estaba la legación diplomática rusa, y como el día anterior, la policía cercó la entrada al parque para evitar el ingreso de la simbología prohibida. Un grupo del Partido Comunista Alemán (DKP) tuvo que discutir por largo tiempo con los agentes para poder entrar con sus banderas, pues estas tienen la vedada hoz y el martillo. Al final, la policía tuvo que ceder pues el DKP es un partido legal y no pueden mutilar los símbolos registrados formalmente ante las autoridades, pues al forzarlos a ello estarían también violando la ley.
Como el día anterior, las banderas y escudos ucranianos sí estaban permitidos, y al interior del memorial grupos de personas portando estos símbolos hacían violentos discursos de proselitismo político. Esta situación generó momentos tensos. Vimos una pelea y un par de detenidos, así como la estupidez policial, pues en su afán de censura los agentes, que registraban incluso los cochecitos de bebé, llegaron a decomisar una gorra alusiva a la Revolución Cubana.
Pero la censura no logró su cometido. Miles de personas se reunieron en el memorial y junto a los tradicionales claveles rojos lucieron los símbolos del internacionalismo proletario, esos mismos símbolos que enarbolaron los Soviéticos en su entrada a Berlín hace 79 años y que hoy, los verdes, los socialdemócratas y los conservadores alemanes coaligados quieren enterrar.
Las organizaciones sociales y políticas y los ciudadanos alemanes y de muchas otras nacionalidades que asistimos al memorial el 9 de mayo, no olvidamos que el Día de la Victoria es una gesta heroica de la Humanidad, de la Clase Obrera, que trasciende los mezquinos intereses belicistas de hoy. Una pequeña placa descolorida en un puente sobre el Landwehrkanal nos lo recuerda. Allí el 30 de abril de 1945, apenas dos días antes del fin de la batalla de Berlín, un sargento Soviético arriesgó su propia vida para salvar a un niño alemán que estaba en medio del fuego cruzado.
(*) Militantes del Partido Comunista Colombiano