El autor reflexiona, con hondura ética, sobre el crímen sionista contra Palestina, la inercia global frente a la injusticia, y la complicidad europea y estadounidense con el genocidio, que esta vez ha asesinado a más de dos mil niños.

Por: Omar Rafael García Lazo (*)

En Gaza el amanecer ha resignificado sus sentidos. La esperanza es un lujo entre tanta destrucción. Los rayos del sol se encajan en las cenizas para ser, junto al llanto de las madres, los niños, los padres, las únicas evidencias de la agónica sobrevida.

Las noches se cubren de tristeza y miedo. Los reflejos comienzan a decodificar los sonidos del peligro, y ya saben muchos niños qué hacer ante ellos. Ese aprendizaje lacera las conciencias. Letras, números, canciones y valores debían aprender, y no el sonido de la bomba o el avión que trae la sentencia de su muerte, solo por ser árabe y haber nacido en su propia tierra.

Así ha sido por 75 años. La diferencia hoy es que este mundo digital nos ha puesto la tragedia en las narices.

No quedan en Gaza escuelas en pie. Muy probablemente sean menos las maestras y los maestros. Hasta un hospital para niños ha sido destruido por la barbarie sionista. Ya suman dos mil los infantes sin vida.

¿Reaccionaremos como humanidad?

Las mismas bombas que antes cayeron sobre Vietnam y Granada; sobre Bosnia y Siria, caen hoy sobre Gaza.

Sin rubor, con la frialdad que supera la del asesino sionista, Biden y sus vasallos europeos y asiáticos impiden la condena en la ONU, la misma que antaño aprobara resoluciones burladas, que al menos dibujaron en sus páginas un poco de justicia.

Sin la impunidad y el apoyo que ha disfrutado, el sionismo no se atrevería a tanto. Washington y Bruselas han respaldado la militarización del régimen racista de “Israel”, como antes respaldaron el apartheid de Sudáfrica.

Las imágenes nos muestran a un padre aferrado a los cuerpos de sus dos pequeños hijos, ya sin sueños, sin sonrisas; y a otro niño que desde su camilla despide a su hermanito querido, destrozado por una bomba. Muertes inmerecidas que estallan nuestras pupilas.

Avergüenza la quietud de nuestra paz frente a tanto dolor. Avergüenzan los límites de unas políticas incapaces de darle a los palestinos el sosiego de la convivencia que una vez tuvieron en su patria.

¿Los ha dejado solos este mundo? Después de encontrar la respuesta, juzguemos, si es que alguien se atreve.

El poder ha inoculado la parálisis frente al crimen. Pesan ya estos 75 años. Las monedas de los mercaderes de cuello y corbata, de sodileo y túnicas, compraron consentimientos, miedos, y límites. Geopolítica le llamamos. Pero ni en la bipolaridad quiso este mundo remediar el conflicto.

¿Cómo explicar el asesinato de dos mil niños a mansalva? ¿Qué política defensiva honorable puede llegar a tanto? Se desmoronan los argumentos frente a la masacre y emerge sin disfraces el verdadero culpable: el régimen israelí y sus aliados occidentales.

La espiral de la historia nos devuelve a aquella Europa sorda e inerte frente al nazismo, y a aquellos Estados Unidos que se enriquecieron con la prolongación de la guerra. Son los mismos. El silencio europeo y el cinismo yanqui alimentan el ciclo perenne de la guerra en Palestina.

La pólvora y las humillaciones del coloniaje israelí han sembrado odio. Es el odio que sobrevive a la muerte, odio que trasciende al asesinato físico y psicológico de niños y jóvenes, de generaciones. Frente a la imposibilidad de la absorción cultural del pueblo palestino, la masacre o el exilio ha sido la solución sionista.

Por sobre aquel execrable crimen nazi, se alimentó un despojo que mutó hasta el horrendo genocidio de hoy. Crimen no alivia crimen. Las élites sionistas tendrán que responder algún día ante su propio pueblo, arrastrado hasta la complicidad.

Si no cesa la filosofía del despojo, no desaparecerá nunca la guerra, advirtió Fidel Castro una vez. Solo la justicia será la paz de todos.

Palestina es más que Gaza y Cisjordania. Palestina late entre sus verdaderas fronteras; Palestina late en cada ser justo y decente de este mundo que se espanta frente al crimen. Palestina es una herida en la vergüenza de la humanidad.

(*)Analista politico internacional
Con información de Al Mayadeen

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