Piedad fue una mujer que irradiaba fuerza con su liderazgo. Cuando llegó al Congreso de la República en 1992, el país vivía una de las peores crisis humanitarias, la guerra y la desigualdad social se imponían como política de Estado.

Por Gloria Inés Ramírez Ríos

A pesar de no existir la correlación en el congreso para impulsar con mayor ahínco la defensa de la paz y de la vida, Piedad nunca dudó en mantener su voz en alto y buscar la unidad para poner en la agenda nacional una salida política y negociada al conflicto armado. La Paz y la justicia fueron su bandera, y para abrirle camino, junto a otras personalidades y sectores democráticos, impulsó la iniciativa del acuerdo humanitario entre las otroras Farc-EP y el gobierno de Álvaro Uribe, en un momento en el que hablar de acuerdo humanitario era sinónimo de terrorismo. También impulsó la campaña por la libertad de las y los secuestrados en Colombia, consiguiendo la liberación unilateral de las y los retenidos. A Piedad le debemos mucho como sociedad, porque sus esfuerzos nunca fueron en vano.

En el 2010, como senadoras de la república y junto a las víctimas del conflicto armado y las organizaciones de derechos humanos, acompañamos en la Macarena, Meta, la audiencia pública sobre la Crisis Humanitaria de los Llanos Orientales. Allí se destaparía la más grande fosa de cuerpos no identificados, víctimas de los mal llamados falsos positivos y el terrorismo de Estado. Su compromiso y solidaridad con las y los más vulnerables la llevaron a los más recónditos lugares del país para hablar de justicia, para hacer control político y también, para animar con su tenacidad y su voz firme a los campesinos, estudiantes, a las mujeres, a los negros e indígenas en la defensa de un país más justo.

Piedad fue una mujer de nuestro tiempo, de carácter político y valiente, víctima del asedio paramilitar, de una persecución constante y posteriormente de la destitución como senadora a manos de la procuraduría controlada por los enemigos de la democracia. Los montajes políticos, judiciales y la estigmatización mediática fueron despiadados, pero nunca claudicó y cada día con dignidad y coraje hablo más alto. Fue una parlamentaria ejemplar a la que la justicia de manera tardía reconoció, pero que con vehemencia supo sortear privilegiando los valores de la democracia. Eso se llama coherencia.

Ella misma decía: “este país no me perdona que sea mujer, negra y que hable duro”. Sin lugar a dudas, con su protagonismo le abrió las puertas a la política de las mujeres negras del país e hizo extensiva la voz de quienes, en medio de la guerra, enfatizaban: ¡la paz y la democracia con las mujeres sí va! Su voz seguirá estando firme entre la multitud que la acompañó hasta el final.

Nos ha abandonado una luchadora incansable, una gran mujer, valiente, alegre, solidaria, inteligente y digna, comprometida con su gente. Hasta el último momento de su vida, dio la batalla por la democracia desde el lugar al que regresó con el Pacto Histórico como senadora y del que nunca debió salir. Gracias, Piedad, por el ejemplo y la tenacidad. Cuando alguien en este país quiera hablar consecuentemente de la lucha de las mujeres por la paz, el nombre de Piedad Córdoba brillará con luz propia en la historia y la memoria de nuestro pueblo.

“Amada Piedad, hoy retornas a la tierra que defendiste, con voz altiva y siempre firme. Nos quedamos con la grandeza de tu corazón que hizo tanto por la historia de Colombia. Tu voz siempre con nosotras, con el pueblo que te ama. En tu siembra, nuestra cosecha”.

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