Conmemoramos el 120 aniversario del natalicio de Juan de la Cruz Varela, histórico luchador comunista y defensor de los derechos agrarios.

Juan de la Cruz Varela nació el 21 de noviembre de 1902 en la población de Ráquira, Boyacá. Su padre, Dionisio Varela, fue un sencillo agricultor a quien su hijo recordaba como la persona que le enseñó a trabajar, ser honrado y no permitir que los poderosos lo humillaran. Su madre, Vicenta Aldana, mujer hacendosa y caritativa, le inculcó sentimientos de solidaridad frente al dolor de los necesitados. De veintiún hermanos y hermanas, producto de dos matrimonios que contrajo Dionisio Varela, sobrevivieron a la pobreza quince de ellos. Los demás murieron en la infancia.

En 1905, Dionisio Varela, acosado por persecuciones políticas por haberse negado a participar en la guerra de los Mil Días, se trasladó con su familia al Alto Sumapaz, a la vereda El Tunal, en calidad de arrendatario, donde permaneció hasta 1912, año en que se mudó como colono a la vereda de Santa Rita, en cercanías del sitio donde ese mismo año se fundó el poblado de Cabrera. Así recordaba Juan de la Cruz dicho episodio:

Otra de las causas que obligó a mis padres a salirse del Alto Sumapaz, fue que en 1912 dos campesinos de nombre Pascual Molina y Aurelio Hilarión, reclamaron como presuntos herederos de una extinguida comunidad indígena la zona de Pueblo Viejo, donde había existido un pueblo indígena y la parte alta llamada Púnchica. El feudo principió a perseguirlos y mi padre considerando que los colonos o presuntos herederos tenían derecho, se mostró a su favor, lo que llegó a oídos del patrón y éste mandó a buscar a mi padre para castigarlo y echarlo del feudo, emprendiendo mi padre la salida antes del despojo (Varela s.f.:4).

La infancia de Juan de la Cruz transcurrió entonces en medio de penurias y trabajos. En 1918, Dionisio -su padre- enviudó y contrajo matrimonio con Manuela Buitr ago, mujer de temperamento fuerte con la cual no pudieron convivir ni el joven Juan de la Cruz ni sus hermanos menores. Después de muchos conflictos, él demandó a su padre para obligarlo a repartir la pequeña herencia materna y se hizo cargo de la crianza de los menores durante varios años. En este tiempo cultivó la pequeña finca heredada y trabajó de jornalero en fincas vecinas, sin descuidar su formación intelectual de manera autodidacta.

Cuando sus hermanos ya se habían independizado, un día de 1928, agobiado por la pobreza, emprendió camino hacia el antiguo Caldas (que comprende hoy día los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío). Región donde, según decía la gente, un hombre podía enriquecerse en menos de dos años. Al pasar por la hacienda Doa (en los municipios de Venecia, Cabrera e Icononzo), se encontró con un grupo de labriegos que habían escuchado el rumor acerca de que las tierras que ocupaban como arrendatarios en los predios de Doa habían sido declaradas baldías por un decreto del gobierno y en ese momento estaban decidiendo si declararse colonos o no2. Él ofreció ayudarles y sorprendió a los presentes por su habilidad para escribir. En los días siguientes, estuvo colaborando con los arrendatarios de la hacienda, redactando actas y memoriales, debido a una querella que ellos tenían con la Compañía Comercial de Francisco Várgas y hermanos, dueños de la hacienda. Aunque, su anhelo era seguir camino hacia Caldas, se sintió comprometido con aquellos labriegos. Ocho días de colaboración inicial se convirtieron en 56 años de lucha por las causas campesinas.

Ese mismo año conoció a Erasmo Valencia, un caldense que incursionó en la política nacional como miembro del Partido Socialista (1919-1921). Fue fundador y editor del semanario Claridad (1927-1937), creador del Partido Agrario Nacional (PAN) en 1928 y diputado a la Asamblea de Cundinamarca en 1935, en representación de dicho partido. También dirigió desde 1924 un amplio movimiento de colonos y arrendatarios para que los terrenos baldíos detentados por los latifundistas de Sumapaz y Oriente del Tolima fueran recuperados por el Estado y adjudicados a los labriegos (Ibáñez, 1992:165; Marulanda, 1991:126-129; Vega, 2002:164-166).

Desde el primer encuentro con Erasmo Valencia nació entre ellos una gran amistad y admiración mutua. Juan de la Cruz siempre consideró a Valencia como su maestro, de quien se refería como «el apóstol de los campesinos». A él le escuchó hablar del socialismo como del único sistema que haría justicia a los trabajadores. Esas ideas perdurarían en su mente y en su corazón por el resto de su vida. El contacto con Valencia también lo acercó a la persona y al pensamiento de Jorge Eliécer Gaitán, en cuyo movimiento militaría años más tarde.

A partir de ese primer encuentro, el movimiento agrario, liderado por Valencia, encontraría en Juan de la Cruz Varela a un líder innato que se encargaría de organizar la Sección Agraria del Oriente del Tolima. Si bien los labriegos de esta provincia estaban seguros de tener motivos suficientes para reivindicar el derecho a la posesión de la tierra y estaban dispuestos a luchar por mejorar sus condiciones de subsistencia, no tenían un líder campesino con iniciativa, carisma, autoridad y la claridad política necesarias para hacerse seguir de la gente y enfrentar a los latifundistas. Estas cualidades fueron reconocidas en la persona del joven Varela tanto por los labriegos como por Erasmo Valencia, cuyo movimiento estaba en ascenso y deseaba formar líderes locales que se apersonaran de sus propias reivindicaciones. Según el testimonio de una campesina:

(Los latifundistas) nos quemaban los ranchos, soltaban ganado en las labranzas para que las pisotearan y las destruyeran biches, arrancaban y destrozaban las maiceras y labranzas de toda clase; las lozas las volvían pedazos, los mercados los botaban y los pisoteaban. Nos amenazaban de muerte. Fue cuando entonces en esas colonias se organizaron las veredas. En cada vereda se formó una directiva. Estas eran con gentes analfabetas que no sabían ni leer ni escribir. Mucho menos se atrevían a hablar con un magistrado o una autoridad y era así como ya nos tenían derrotados. Todo mundo decía que nos iban a ganar la pelea (…) Siendo ya colono (a Juan de la Cruz) lo nombraron secretario de la directiva central. Pronto él se dio cuenta que no había constancia ninguna de lo que se trataba en las reuniones. Todo era hablado y momentáneo. Pues ni el presidente sabía leer. Empezó por poner en orden todo y hacer actas de lo que se trataba en las reuniones. En poco tiempo los compañeros se dieron cuenta del avance que había tenido la directiva y entonces decidieron cambiarlo de secretario a presidente (Mora, s.f.:4-5).

El movimiento agrario logró, en las décadas de 1930 y 1940, la recuperación de terrenos de más de 15 latifundios y su posterior parcelación en favor de los labriegos. En ese período, Varela asumió un papel activo en la política regional, representando los intereses del movimiento agrario y las luchas campesinas, primero como concejal en Icononzo y luego como diputado a la asamblea del Tolima. Es anecdótico cómo fue blanco de las burlas de los demás políticos regionales quienes se referían a él despectivamente como el «alpargatón», en parte por su origen, pero, sobre todo, porque defendía los intereses de los campesinos y no se prestaba a manejos clientelistas.

Después de la muerte de Gaitán en 1948 y de Valencia en 1949, Juan de la Cruz se sintió sin respaldo político en la dirección del movimiento agrario. Su primera reacción frente a la ola de violencia que empezaba a azotar la región fue la de refugiarse en la clandestinidad. Diversos incidentes lo llevaron a reflexionar sobre su responsabilidad para con el movimiento agrario, no podía dejarlo perecer y mucho menos entregarlo a los liberales que acababan de pactar con el presidente Mariano Ospina Pérez. Recordando lo que tantas veces había escuchado de Erasmo Valencia acerca de la Unión Soviética, decidió ingresar al Partido Comunista (PCC).

A mí, el partido no me buscó. Nadie me propuso mi ingreso, pero en vista de que el compañero Valencia hablaba maravillas de la Unión Soviética y que solamente los soviets y el partido socialista o comunista eran los que iban a liberar a los esclavos del mundo, entonces yo pedí mi afiliación al Partido Comunista, y conservo aún la nota en que me aceptan y consideran que ha sido un triunfo para el partido mi ingreso como militante (Varela, 1980).

En ese entonces el PCC había orientado su política a la conformación de grupos de autodefensa de masas contra las agresiones del gobierno conservador hacia liberales y comunistas (Vieira, 1988:10). Juan de la Cruz acogió esta orientación y conformó un núcleo de autodefensa en la vereda El Palmar en Icononzo. Esto fue el inicio de una organización mayor que llegó a abarcar el Oriente del Tolima y Alto Sumapaz. Labriegos acostumbrados a las labores del campo debieron convertirse en guerrilleros, una actividad que nunca habían pensado. Luego, en 1953, se acogieron a la amnistía ofrecida por el gobierno del General Gustavo Rojas Pinilla, después que otros movimientos similares habían depuesto las armas en diferentes regiones del país y cesaba temporalmente la violencia en Colombia (Fajardo, 1985, Guzmán, et al. 1962, Londoño, 2003, Medina, 1986, Pizarro, 1991, Sánchez 1989, Vargas, 1996).

Pero en abril de 1955, el General Rojas Pinilla puso en marcha una ofensiva anticomunista contra los campesinos de la región de Villarrica en el Oriente del Tolima. La denominada Guerra de Villarrica, se caracterizó por un gran despliegue militar del gobierno y una gran desorganización inicial en la respuesta de sus habitantes. En parte, por la sorpresa de la dimensión del ataque y, en parte, porque muchos de ellos quisieron ser comandantes sin acatar la autoridad de ninguno en particular.

La declaratoria de zona de operaciones militares nos cogió a todos de sorpresa, por eso la iniciación del levantamiento de toda la gente fue muy rudimentaria y fue trabajoso orientarla, porque fue espontánea en todas partes y en cada grupo que se levantaba resultaban: unos tenientes y otros capitanes, pero sin ninguna capacidad militar ni política. Entonces, nosotros, los viejos cuadros de la primera etapa, acudimos inmediatamente a esos grupos a conversar, orientarlos, hasta que logramos que todos esos grupos se sometieran a una sola orientación y disciplina (Varela, 1980).

Después de una resistencia de ocho meses, la población civil tuvo que evacuar la región en cuatro columnas hacia otras regiones del país3. Mientras tanto, en Cabrera (Cundinamarca) se había abierto un frente armado guerrillero para aliviar la presión militar sobre Villarrica. De este modo, la guerra se trasladó al Alto Sumapaz, prolongándose durante tres años, hasta la amnistía ofrecida por el gobierno de la Junta Militar, que en mayo de 1957 reemplazó al General Rojas Pinilla. Una vez más Juan de la Cruz Varela, líder político del movimiento armado, aceptó negociar la paz.

Ya amnistiados, la expectativa de paz de los habitantes del Alto Sumapaz fue frustrada por la inmediata agresión de los autodenominados «limpios»: grupos de personas provenientes de otros lugares y antiguos guerrilleros, quienes, subvencionados por terratenientes locales y por algunos dirigentes políticos, iniciaron una cruzada contra todos los que consideraban comunistas, a quienes llamaban «sucios». Esta limpieza política y social, donde murió un gran número de personas (Aprile-Gniset, 1991:4, Pizarro, 1991:142 y 177), tuvo como razón de fondo la desarticulación de la organización agraria y la búsqueda de apropiación de las parcelas de los campesinos.

La respuesta del movimiento agrario no se hizo esperar, pero ya no por la vía de las armas, sino por la vía de la resistencia civil. La forma de lucha se centró en la consolidación de la organización política de su movimiento, partiendo de la premisa «la unidad es el arma más eficaz para contener la nueva ola de persecuciones» y denunciando permanentemente ante instancias gubernamentales, eclesiásticas, militares y medios de comunicación, los atropellos y genocidios llevados a cabo por los «limpios».

Este fue un período de resistencia que Juan de la Cruz asumió desde diferentes cuerpos colegiados, como concejal, diputado y suplente en la Cámara de Representantes. Su pensamiento y acciones estuvieron orientados a no dejarse envolver en un nuevo conflicto armado. Revivir la guerrilla de Sumapaz era exponer a la población a una nueva acción militar del gobierno para pacificar la región.

En 1960, en un atentado dirigido contra él, resultó gravemente herido su hijo mayor, Teodosio. Ese mismo año, fueron asesinados cuatro de sus hermanos y un cuñado. Dos años después, en un nuevo atentado fue herido Juan de la Cruz. En 1964, fue asesinado otro de sus hermanos y al año siguiente el último de ellos. Aún así, su estrategia siguió siendo la denuncia permanente, hasta que las acciones de los «limpios» perdieron respaldo económico y político. Uno de los hechos más significativos para ello fue la captura y enjuiciamiento en un Consejo de Guerra del hacendado Antonio Vargas, en 1968. Si bien, él no fue el único auspiciador de las acciones de los «limpios», su captura sirvió para restarles fuerza y desestimular sus acciones después de una década de agresiones.

Juan de la Cruz Varela llegó a la Cámara de Representantes como suplente de Alfonso López Michelsen en las elecciones para cuerpos colegiados de 1960. El PCC había sido considerado ilegal por su fuerte oposición al gobierno nacional durante la administración del General Rojas Pinilla. Además, con la conformación del sistema paritario del Frente Nacional, había quedado excluido de la participación electoral. Por ello, buscó una alianza política con el recién nacido Movimiento Revolucionario Liberal (MRL).

En la exposición de motivos sobre esta alianza, el secretario general del PCC, Gilberto Vieira (1969: 3), explicaba que dentro de las tremendas limitaciones del sistema paritario, era importante la tesis del doctor Alfonso López Michelsen, principal líder del MRL, encaminada a que se devolviera al Partido Comunista su derecho a elegir y se le brindara la oportunidad de presentar sus propios candidatos. El PCC también compartía la crítica de López Michelsen a la denominada alternación presidencial entre liberales y conservadores y apoyaba su programa político de reivindicaciones sociales. Estos mismos argumentos fueron expuestos por López Michelsen en un reportaje al radioperiódico El Fígaro, sobre su aceptación del apoyo brindado por el Partido Comunista (Voz de la Democracia, 19-03-1960).

La situación política de Juan de la Cruz Varela y su movimiento antes de los comicios de 1960, lo obligaba, por una parte, a seguir las directrices del PCC al cual había adherido después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y Erasmo Valencia. Por otra parte, no podía declararse abiertamente comunista debido al macartismo político reinante en la época. Lo que estaba en juego era su vida y la de sus seguidores. Por esta razón, cuando adhirió al MRL lo hizo figurando en las listas como miembro del Partido Liberal. En una entrevista, López Michelsen se refirió a la autenticidad y lealtad de Varela como razones de peso para escogerlo como suplente suyo en 1960 (Londoño, 1999:79).

Desde el cese de la lucha armada en 1957; pasando por el difícil período de las confrontaciones políticas, atentados e infortunios personales de la década de 1960; hasta su muerte en 1984, Juan de la Cruz se dedicó a defender la paz, fortalecer la organización campesina y obtener mejoras sociales en la región de Sumapaz y Oriente del Tolima. En el ocaso de su vida gozó del aprecio y reconocimiento de campesinos y personalidades de la vida pública. Dos décadas después, tal como se constata en diferentes entrevistas realizadas por los autores, los campesinos de la región aún lo recuerdan como «el compañero que los defendía y nunca los traicionó».

Pensamiento y convicciones

La pasión más grande que acompaño a Juan de la Cruz hasta su muerte fue la lectura. Las ideas de pensadores como Sócrates, Aristóteles, Tomas Moro, Voltaire, Montesquieu y Rousseau, entre otros (Londoño, 1992), moldearon en él un espíritu abierto al conocimiento y jugaron un papel importante en la formación de sus concepciones acerca de la democracia, el Estado y de los principios de igualdad, justicia y libertad que orientaron su actividad política. La obra los Miserables de Víctor Hugo influyó notablemente en su sensibilidad frente a los problemas de los demás. El historiador inglés Eric Hobsbawn (2003) destaca cómo Juan de la Cruz Varela subrayaba los pasajes de la obra que le parecían afines a su situación personal o la situación política de la época.

El contacto con su gran amigo y maestro Erasmo Valencia lo llevó a interesarse por la literatura revolucionaria y Jorge Eliécer Gaitán le indicó que en la lectura de la Constitución, de las leyes y demás actos gubernamentales hallaría las armas necesarias para defenderse en el Consejo de Icononzo y la Asamblea del Tolima (Varela, 1996:127).

De Erasmo Valencia, aprendió, en la primera etapa de sus lides, que la principal causa del atraso nacional y de la situación deplorable del campesinado era el latifundio. La lección más importante recibida de Valencia fue la de que a través de la unidad el campesinado sería invencible en su lucha contra los terratenientes. De él también aprendió que la honestidad, la sencillez, la lealtad y la laboriosidad, son cualidades que deben constituir la esencia del revolucionario.

De Jorge Eliécer Gaitán, a quien admiraba por su preparación política y por la entereza con que defendía a las clases trabajadoras del país, heredó su oposición hacia las oligarquías nacionales y la política intervensionista estadounidense, a quienes consideraba responsables de la deplorable situación de los obreros y campesinos colombianos.

Su militancia en el Partido Comunista lo radicalizó en la convicción de que el sistema capitalista y la dependencia del país respecto a los Estados Unidos son la causa principal de la explotación del campesinado. Creía que la salida a este problema era la puesta en práctica de una reforma agraria ejecutada en el marco de una revolución social profunda. Si bien decía que personalmente no alcanzaría a conocerla, luchó infatigablemente por su realización. Para él la revolución debía ser realizada por obreros y campesinos. De ahí el empeño que ponía en que los labriegos se organizaran y se prepararan políticamente.

En los escritos de Marx y Lenin, Juan de la Cruz halló las bases teóricas para conducir a los campesinos por derroteros revolucionarios y trazar las metas a lograr en cada etapa de su lucha. El conocimiento de las estrategias militares empleadas por Napoleón, Bolívar y Mao Tse-Tung fue la estrella polar que guió su acción en los momentos cruciales en que tuvo que tomar el camino de las armas.

En lo concerniente a la región de Sumapaz y Oriente del Tolima, el líder agrario interpretaba la actitud hostil del gobierno nacional hacia ellas como producto de las orientaciones impartidas por la Comisión Militar estadounidense al gobierno colombiano y de las publicaciones tendenciosas de los diarios capitalinos El Tiempo, El Siglo, El Espectador y La República, que motejaban a dicha región de «república independiente» y a sus moradores de «bandoleros» (Varela, 1967:1).

Para él, la comunicación y el diálogo con las autoridades era importante como medio para mantener la paz, por eso permanentemente propiciaba visitas gubernamentales a dicha región. En aquellas visitas veía una oportunidad de mostrarle al gobierno y al país que en Sumapaz y Oriente del Tolima habitaban gentes sencillas, honestas, pacíficas, laboriosas que no representaban peligro. También afirmaba que si los habitantes vivían aislados se debía a la ausencia de vías de comunicación y al olvido en que los mandatarios los tenían sumidos y no a que fueran subversivos o bandoleros. Una de las tácticas empleadas por Juan de la Cruz y los campesinos en pro de la paz, el progreso y la integración de las comarcas a la nación fue la de participar en cuanto proyecto u organización propusiera el Estado a favor de los labriegos (Varela, 1967:5). Es de anotar que esta práctica sirvió para detener posibles incursiones de las fuerzas militares contra la región a pesar de haber sido denominada como «república independiente».

Varela se declaraba partidario del gobierno civil elegido por el pueblo y respetuoso de los derechos civiles y democráticos, de los derechos humanos consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y de las instituciones militares como fuerzas del orden, pero rechazaba el militarismo y el papel que las fuerzas militares jugaron como promotoras y ejecutoras de la violencia de años anteriores. Esto se aprecia en un discurso pronunciado, en enero de 1967, ante la comisión oficial que visitó Sumapaz4.

Le tenemos miedo a la fuerza ciega y torpe de las armas, porque el recuerdo de esa fuerza, el espectro de sus «hazañas» todavía está fresco y el tiempo corrido no ha alcanzado a borrarlo. … Toda vez que hacemos estos planteamientos, por sencillos que sean, se nos dice: «eso ya pasó, no hay para qué más recordar, ahora todo es nuevo» y otras muchas cosas por el estilo. Sin embargo, yo digo con el poeta: «Recordar es vivir».

Hemos tratado de olvidar, pero cuando ese olvido trata de efectuarse, se repite de nuevo el mismo drama; la misma amenaza militar, es decir el mismo problema, porque cuando viene el cambio de los destacamentos, de los puestos militares, se nos dice: ahora este personal es completamente nuevo, recién educado en los nuevos principios del civilismo, pero una imparcial observación comprueba, de una parte, los mismos métodos discriminativos y sectarios y de otra parte, siempre entre ese llamado personal nuevo están mezclados muchos de los que en las etapas de violencia nos incendiaron las casas, violaron y atropellaron a nuestras mujeres, flagelaron y torturaron a los ciudadanos. Están los mismos comandantes, es decir, muchas de las mismas personas.

Perdonadme por la repetición de esta dolorosa historia que no quisiéramos recordar para nada de esta vida, no por ironía ni con ánimo de saturar a nadie, porque es bien sabido que las personalidades que hoy nos visitan no tienen esta responsabilidad. Lo hago para ilustrar mejor a vuestras personas de la verdad de nuestro drama porque desde las ciudades no se oyen los disparos; no se oyen los quejidos de los heridos ni de las víctimas; no se ven las ruinas dejadas en los campos que materialmente el tiempo va borrando, ni se ve el humo de los incendios. Podríamos decir que la sangre seca pronto, pero el recuerdo dura, más cuando la indiferencia trata de perpetuarse (Varela, 1967:3).

El líder agrario conocía a plenitud la situación del campesinado colombiano porque padeció en carne propia las privaciones y las discriminaciones de las que era objeto. Consideraba que la indiferencia de los gobernantes era una de las causas determinantes de la situación de los labriegos y por eso creía que era deber del Estado brindarles el apoyo necesario para poder progresar y salir de la miseria. Este pensamiento es común encontrarlo en cartas y memoriales dirigidos a los gobernantes y en sus intervenciones públicas.

Es que los campesinos somos los menos afortunados porque siempre vivimos sin ninguna clase de prestaciones sociales, ninguna ayuda ni protección, mientras los llamados gremios, sociedades comerciales y monopolios de todo orden; organizaciones obreras de empresas, de maestros, de empleados etc. gozan de privilegios, de prestaciones sociales, servicios médicos, hospital, seguro, becas y los campesinos carecemos de educación así sea la más elemental. Carecemos de garantías en muchos aspectos por la discriminación y el exclusivismo; carecemos de higiene, de viviendas adecuadas debido a nuestra pobreza y falta de recursos; carecemos de lo que es vital para nuestras zonas: de vías de comunicación, no tenemos servicios médicos, ni nada absolutamente. Los campesinos nos encontramos hasta hoy aislados por la indiferencia oficial, pese a que siempre venimos reclamando de los poderes gubernamentales la pronta solución a nuestros graves problemas, sin que lo hayamos conseguido (Varela, 1967:3).

Al igual que su maestro Erasmo Valencia, Juan de la Cruz manifestaba querer siempre lo mejor para los campesinos, era conciente que no podía esperar hasta el triunfo de la revolución social para mitigar en algo sus penurias. A pesar de las críticas de muchos de sus compañeros de lucha, desplegó gran actividad para alcanzar obras sociales. Otra de sus grandes preocupaciones fue la consecución de la paz. Es importante destacar, que la noción de paz5, a la que se hace referencia, emerge en las reivindicaciones planteadas por los labriegos y las vicisitudes que debieron sortear para hacerlas realidad.

Desde el comienzo de las luchas agrarias, para el labriego, la paz significó ser reconocido como propietario legítimo de las parcelas en las cuales había depositado todo su trabajo; tener la libertad de cultivar la tierra sin sentirse perseguido ni menospreciado; contar con la posibilidad de llevar al mercado el producto de sus fincas sin que nadie le arrebate el fruto de su esfuerzo; disponer de las condiciones indispensables para sacar adelante la familia y disfrutar los beneficios del progreso que la sociedad ofrecía; incluso, la libertad de expresar su adhesión al partido o agrupación política que mejor llenara sus expectativas.

El labriego asume la propiedad de la tierra como la primera condición para la paz, porque ella representa su futuro, su estabilidad, la posibilidad de realizarse como sujeto capaz de producir lo necesario para la satisfacción personal y la de sus seres queridos. El laboreo en su parcela hace que se sienta útil a la sociedad y eleve su autoestima. Sin la tierra no puede cumplir la función para la cual se siente preparado. La tierra le ofrece la prerrogativa de tener una vivienda que le brinde sosiego, independencia, sensación de seguridad, sentido de pertenencia y pueda organizar su propia familia sin la amenaza de ser desalojado. Por eso, cuando luchó por la posesión o por la defensa de la tierra también lo hizo por la paz.

Esta visión de la paz, fue la que motivó a Juan de la Cruz y el movimiento agrario del Alto Sumapaz y Oriente del Tolima a una constante e infatigable lucha por su logro y conservación, lucha que se prolongó durante cinco décadas.

Los malos hados

Durante su vida, Juan de la Cruz Varela debió afrontar situaciones aún más difíciles que las experimentadas en la lucha armada. En ese período la resistencia fue asumida por los habitantes de la región frente a unos agresores reconocidos. Esto les permitió fortalecer lazos de solidaridad y actuar como comunidad. De tal modo, él y sus compañeros superaron la adversidad y, en cierto sentido, los efectos traumáticos de la guerra. En contraste con lo anterior, debió afrontar otras situaciones, caracterizadas por acusaciones dirigidas contra él y el movimiento agrario, promovidas por sus contradictores desde los cuerpos colegiados y los medios de comunicación.

Un punto de partida para comprender esas situaciones es el análisis del choque entre los intereses del campesinado que representaba Varela y los intereses de algunos políticos y terratenientes locales.

Después del cese de la lucha armada, él consideraba importante continuar la defensa de la posesión de la tierra del campesinado y la consolidación de la paz como garantía para trabajar y sobrevivir. Además le motivaba que se develaran las causas y los responsables de la violencia vivida en la región. Sin embargo, estos propósitos chocaron con los intereses de aquellos a quienes no les convenía que se diera a conocer su responsabilidad como promotores de la violencia y con los de algunos terratenientes y otras personas empeñados en obtener tierras en la región mediante la expoliación y la difamación al líder y al movimiento campesino.

Como ya se dijo, desde los cuerpos colegiados recurrió a la denuncia directa de los promotores de la violencia. La reacción de sus contradictores fue imputarle diversos delitos y organizar debates acusatorios (cfr. AAC 1958:230-232) y provocaciones para desanimarlo en su gestión.

En la Asamblea fui víctima de todas las calumnias de los reaccionarios, especialmente de los conservadores. Hubo un momento, en que un debate fue tan candente, que me apagaron la luz, me apagaron el micrófono y la gente se retiró porque exigían que yo fuera expulsado. Yo me paré y juré que no me iba de la Asamblea de Cundinamarca y que no tenía ningún motivo para hacerlo. Entonces, en vista que yo no me retiré, se retiró toda la Corporación del recinto.

Al otro día, como las reuniones de la Asamblea siempre se convocaban a las cuatro de la tarde, yo me senté en el salón desde las dos. Me puse mi ruana y así enruanado estuve. Ellos llegaban, se asomaban y al verme ahí se retiraban. Al fin, como a las seis de la tarde volvieron a reunirse, entonces presentaron una proposición pidiendo la exterminación de Sumapaz, de los movimientos de Sumapaz y de Viotá6. Al someterse a votación, de los 42 diputados, porque era la paridad, 41 votaron a favor y mi voto fue en contra. Al pedir la verificación se pararon todos los otros diputados por la afirmativa. Pidieron la verificación de la negativa y me paré yo (Varela, 1980).

Para desprestigiarlo en su lucha pública, algunos medios de comunicación inculparon a Juan de la Cruz de ser el autor intelectual de la muerte de sus hermanos. Su respuesta fue la de mantenerse firme en sus convicciones, enfrentando por distintos medios las acusaciones. Esto se aprecia en una sentida nota dirigida al director del diario El Tiempo.

Por información aparecida en el diario que usted dirige el día 16 de septiembre del presente, en la página 6ª, recibí la dolorosa e infausta noticia del asesinato de mis hermanos Jesús, Silvino, Marcolino e Ismael Varela, ocurrida ese mismo sábado al amanecer. Pero es aún más tremenda la insidiosa noticia propalada por su periódico y los círculos del gobierno al hacerme aparecer como directo responsable de la muerte de ellos, asesinados por cuadrillas de malhechores, utilizados por ciertos círculos políticos y ciertas autoridades mediante confabulaciones y planes bien calculados desde tiempo atrás, como lo demuestran dos hechos incontestables. Primero: porque las informaciones aparecidas el pasado sábado en su periódico, según informes oficiales, se produjeron antes de cometerse el crimen o en el mismo momento, lo que demuestra que tal delito estaba planeado de antemano. Segundo: porque este plan no es solamente para aniquilar de una vez la familia Varela, sino un monstruoso plan terrorista estimulado desde las columnas de su periódico y por círculos políticos interesados en ello. Como lo demuestra el asesinato, ese mismo día, en Icononzo, de los campesinos Marcos Ovalle, Marceliano Cedeño, Rudesindo Vargas, Reyes Cortés y Alejandro Gaitán, y de Marcelino Beltrán en Cabrera y, anoche, de Pomponio Bautista en Pandi, actos todos de provocación inaudita con el solo pretexto macartista del anticomunismo (Voz de la Democracia, 24-09-1960).

En un testimonio recogido por Jairo González y Elsy Marulanda, un protagonista de la Guerra de Villarrica, quien, por cierto, crítica la organización guerrillera y a los comandantes de ese entonces, se refiere al asesinato de los hermanos Varela en los siguientes términos:

Debe haber alguien a quien echarle la culpa, ¿si? Lo más bonito en la vida es poder enjuiciar a alguien y de resto todo sale bien. Eso fue lo que sucedió. Para mí que a los Varela los mató el mismo gobierno, ¿si? Es que aquí ha habido cosas muy sucias y eso lo podemos decir. En todo lado ha habido pícaros y seguirá habiendo. Guerra sucia ha habido desde hace tiempo, por eso esta mierda no se logra clarificar, esto es así. Pero los Varela, que yo los conocí a todos, eran gente muy trabajadora, muy honesta. El gobierno los quiso utilizar y después les mandó los «pájaros» (González y Marulanda, 1990:130).

Las imputaciones que se le hicieron a Juan de la Cruz nunca se comprobaron ni prosperaron en lo político ni en lo judicial. No obstante, para él fue muy doloroso asimilar la situación. Así lo expresaba en su círculo familiar y en sus memorias: «Por defenderme, no tuve tiempo de llorar a mis hermanos» (Varela, s.f.).

Surcando amaneceres

La imagen de Juan de la Cruz Varela, como hombre y como líder, es controvertida. Para sus detractores, él representaba la subversión de un orden social, económico y político establecido: favoreció a los labriegos contra los intereses de los terratenientes, acogió los principios del gaitanismo contra los intereses de la clase política dominante y militó en el comunismo en contra de los intereses capitalistas. Esto le mereció un sin número de calificativos oprobiosos para desprestigiarlo en los ámbitos populares. Tales calificativos fueron comunes en algunos sermones de sacerdotes, publicaciones de diarios y debates en los cuerpos colegiados. En contraste con lo anterior, para un gran número de personas que lo conocieron, él fue ante todo un hombre honesto, leal y sencillo.

La gran estima que Erasmo Valencia tenía por Juan de la Cruz se aprecia en la correspondencia que mantenía con sus compañeros del movimiento agrario.

Todos tenemos interés en el que el c. Varela tome asiento en la Asamblea del Tolima no como politicante de fortuna, sino como el más expresivo símbolo agrario. Tengan ustedes la seguridad de que si el c. Varela llega a la asamblea, lo hace por los caminos del más perfecto decoro, y no como llegan muchos otros por los arrastraderos de las intrigas, las claudicaciones y las miserias (Valencia, 1943).

Un antiguo combatiente, en los años de la lucha armada en Villarrica, narra así su primer encuentro con el líder agrario.

Y tuvimos el gusto de conocerlo. Ya teníamos más o menos idea de él, pero lo creíamos un gigante y no era así: era un hombre honesto, amante del trabajo, un campesino común y corriente. El nunca tuvo el detalle de vestir de otra manera, con su saco, su sombrero, su chalequito de dril, sus alpargaticas. Ese era Juan de la Cruz Varela, con quien tuvimos ese día la oportunidad de conversar, de recibir órdenes, de conferenciar cómo debía ser la lucha, cómo se debía propiciar, qué habíamos hecho, qué estábamos haciendo (González y Marulanda, 1990:171).

El conocido periodista Plinio Apuleyo Mendoza, en un reportaje sobre líderes agrarios, dedicado a Juan de la Cruz Varela, finaliza su escrito con las siguientes palabras.

Los antiguos peones que habían aceptado, como un irrevocable destino, aquel país feudal de clérigos, patronos y gamonales, son hoy hombres rebeldes. Esperan, como Varela, que algo cambie en Colombia. Esta es una contribución mucho mayor de la que podía esperarse de un campesino que sólo hizo dos años de escuela y que esperó 30 años para ponerse sus primeros zapatos (Apuleyo Mendoza, 1960:35).

La vida y el quehacer político de líder agrario, también ha recibido el reconocimiento de historiadores extranjeros de gran importancia como Eric Hobsbawn, quien se refiere a él con las siguientes palabras:

Las montañas de Sumapaz, terreno fronterizo para los hombres y las mujeres libres, estaban bajo la autoridad de un líder rural originario de la región, uno de esos curiosos talentos campesinos que se libraron del destino pronosticado por el poeta Gray en su famosa elegía, esto es, el de ser «unos Milton mudos y sin gloria, … unos Cromwell sin culpa de la sangre derramada de su país». Pero Juan de la Cruz Varela distaba mucho de estar mudo y de ser pacífico. A lo largo de su complicada carrera como jefe de Sumapaz, destacó como liberal, seguidor de Gaitán, comunista, jefe de su propio movimiento agrario y revolucionario liberal, pero siempre se mantuvo firmemente al lado del pueblo (Hobsbawn, 2003:341).

Palabras finales

A lo largo de su vida, Juan de la Cruz Varela se interesó por la reivindicación de la tierra para los labriegos de Sumapaz y Oriente del Tolima. Se alzó en armas en un período de la historia del país en el que la lucha armada, asumida como mecanismo de defensa y como protesta social y política, fue elevada por liberales y comunistas contra el autoritarismo de la derecha conservadora y el macartismo de la posguerra mundial.

Interpretó que la revolución, de la que tanto había escuchado hablar a su maestro Erasmo Valencia y estudiado como militante del Partido Comunista, no implicaba apartarse de la puesta en marcha de obras sociales. De este modo, al deponer las armas, defendió la paz usando el don de la palabra para denunciar afrentas y atentados, fortalecer la organización agraria y proponer proyectos de rehabilitación social y económica para su región.

Su principal obra, al lado de la reivindicación de la tierra para los labriegos, fue la consolidación de la paz en la región por más de dos décadas. Empero, con la agudización del conflicto armado en Colombia y la irrupción de nuevos actores por el control territorial, a finales del siglo XX, las provincias de Sumapaz y Oriente del Tolima han vuelto a padecer el conflicto armado y a sentir los avatares de la paz.
______________________________________________________

* Este artículo se basa en una investigación realizada por los autores acerca de los conflictos agrarios de Sumapaz y Oriente del Tolima en las décadas de 1920 y 1970, con apoyo de la Dirección Nacional de Investigaciones de la Universidad Antonio Nariño.

** Historiadora, Doctora en Ciencias Históricas de la Academia de Ciencias de Rusia, Moscú. Docente e investigadora Universitaria.

*** Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, magíster en desarrollo regional de la Universidad de los Andes, estudiante del doctorado en desarrollo sustentable de la Universidad Bolivariana de Chile. Docente e investigador universitario.

1 En realidad, lo que se conoce como Colonia Agrícola de Sumapaz o Movimiento Agrario de Sumapaz empezó en 1924, liderado por Erasmo Valencia. En 1928, este movimiento se extendió hacia el Oriente del Tolima y contó con la participación de Juan de la Cruz Varela.

2 A partir de esta reunión surgiría lo que fue el movimiento agrario en el Oriente del Tolima y se integró con el del Alto Sumapaz, liderado por Erasmo Valencia.

3 De acuerdo con los testimonios recogidos, las cuatro columnas se dirigieron hacia las regiones del Duda (en las estribaciones de la Cordillera Oriental, departamento del Meta), El Pato (en Caquetá), Guayabero (en el Meta) y por la Cuchilla de Altamizal en dirección a Pasca (Cundinamarca) donde luego se dispersaron hacia Viotá, Fusagasugá, Une y otros municipios.

4 Hicieron parte de la comisión los doctores Emilio Urrea Delgado, Consejero presidencial; Enrique Peñalosa Camargo, Gerente General de INCORA y Francisco Plata Bermúdez, Gobernador de Cundinamarca, entre otros, de acuerdo con el encabezado del discurso.

Pin It on Pinterest