Somos libres seámoslo siempre,
Y antes niegue sus luces el Sol,
Que faltemos el voto solemne
Que la Patria al Eterno elevó.
Coro del Himno Nacional del Perú.

Por: Luz Marina López Espinoza

Perú, otra vez Perú, como Ecuador, Bolivia, Honduras, Brasil y en general los países de Latinoamérica en muchos momentos de su historia, otra vez enfrentando el fascismo en su peor versión: la del militarismo ignaro y ramplón, aquel que conforme a la justa caracterización de Bertolt Brecht, ama la maldad por encima de todo. Infeliz vocación cuya cabal expresión es el odio al pueblo, crimen para el cual tiene por buena la coartada de calificarlo de mesnada terrorista. Pero ese pueblo, el peruano para el caso presente, cuanto más humilde más valiente, cuanto más despreciado más altivo, se lanzó por las veredas de su patria rumbo de las capitales para hacerle saber al verdugo -así esta vez como en el caso del golpe a Evo tenga equívoco rostro de mujer-, que no está dispuesto a aceptar la expulsión del presidente que eligieron y la instauración de una nueva dictadura.

Y quienes con tanta bizarría esos caminos transitan, saben -¡vaya si tienen razones para ello!– qué fiero poder enfrentan. Aquel cuyo argumento para de manera rotunda zanjar cualquier discrepancia, no es otro que la perentoria muerte.

Por lo pronto el balance es ostensible: sesenta muertos del lado del pueblo, uno del de los represores. Triunfo lapidario mas no definitivo de los asaltantes del poder de lo cual tiene conciencia el pueblo, siendo esto su arma y aliento. Porque el burgués y quien por él oprime el gatillo, tiene confianza en la victoria, la convicción de que en la liza a las primeras de cambio triunfa porque la inapelable muerte juega a su favor. Conserva el poder y la vida para gozarlo. Tal su cosmovisión, su alienación: una vida para regodearse contando con que la eternidad le es fiel. En cambio, el pueblo, uno como el peruano de marcada raigambre indígena, tiene conciencia de estirpe. De venir del pasado, de la sierra donde están sembrados sus muertos, hacia el futuro en las generaciones que los sucederán. Y en nombre de esas raíces y por esos que vendrán, va al combate.

Sus propias vidas no son el problema porque se saben no individuo sino inmortal linaje por el que vale la pena inmolarlas. No son burgueses. Los indígenas bolivianos que fueron al sacrificio en defensa del gobierno de su líder Evo Morales, sabían que después de su derrota y de sus muertos, los suyos habrían de ver a la arrogante homicida tras unas rejas llorando su desgracia.

El pueblo peruano tiene viva la sangre de Atahualpa y Túpac Amaru. De Antonio José de Sucre, Bolívar y San Martín. De Junín y de Ayacucho. Por eso, centurias de opresión y de injurias no lo han doblegado. Es la rica lección de la historia. La que deberían atender los déspotas del mundo, las Boluarte y esa casta que más parece jauría, los blancos limeños que tanto desprecio han sentido y ejercido por los indios y serranos del sur, renuevos de quechuas y aymarás. Y es que pocos pueblos asumieron con tanto ánimo y fervor la causa de la independencia del imperio español. Lo que canta el coro de su Himno es la promesa más ardientemente apropiada por esa raza: primero se fatigará el sol de dar sus luces que ellos de luchar por su libertad. Es de lo que hablan hoy los senderos del Perú.

Los caminos son un libro que se lee con los pies. Y la bella sentencia o paráfrasis de la del poeta uruguayo Quintín Cabrera, quizás ya la habían hecho suya esos sureños cuya estética y fenotipo resulta absolutamente repulsiva a los señores del centro, élite blanca para la que mandar sobre “los indios”, “gente tan fea” es un precepto tallado en el bronce de sus genes. Y no están dispuestos a que las cosas sean de otra manera. Que venga a gobernarlos un Pedro Castillo Terrones que nada tiene que ver con ellos y sí con esos “brutos” como es común los llamen. Y contando con un Congreso donde es determinante la bancada del exdictador Fujimori y cuya mitad es investigada por corrupción, el día 7 de diciembre de 2022 dieron el golpe con cualquier argucia que tuvieron a la mano.

Es que Castillo ya estaba sentenciado: ese día o al siguiente lo habrían de destituir, “vacancia” llaman allá pudorosamente. Y apelando al comodín de la ley para no desentonar con los tiempos que corren, dieron el cuartelazo, uno de nuevo tipo. No el vulgar de bombardear el Palacio y salir con el cadáver del Presidente a leer la proclama donde se anuncia la asunción del poder “en nombre del pueblo”. No. En este, con los militares sí pero tras escena bendiciéndolo todo, esa despótica derecha blandiendo el mamarracho de la Constitución leyó el decreto por el cual en nombre de ella se destituye y encarcela al Presidente.

Y entonces, a la manera como los indígenas colombianos en el gran estallido social del año 2021, se fueron por las trochas a la capital “caminando la palabra”. Sus pares y los campesinos peruanos se fueron a leer ese libro del poeta desde Callao, Cusco, Puno y Juliaca. Y en la sola Juliaca dejaron diez y siete muertos, entre ellos dos menores. ¡Y vimos las imágenes de la madre que metió a su hijo en el ataúd, y en su nombre siguió la marcha. Entonces ante el escándalo por la comisión de esa masacre, la presidenta de facto Dina Boluarte acusó a los marchantes de terroristas, y el presidente del Consejo de Ministros, Alberto Otálora, felicitó a la Policía del Perú por la forma patriótica y bizarra como han contenido a la brutal chusma. El escarnecido pueblo tan humillado como orgulloso recogió el guante: rechazó el “diálogo” al que en horas de preocupación lo convocó la dictadora. Y sólo exige y se transa para terminar su movilización con que se vaya la Boluarte, retorne Pedro Castillo, se cierre el Congreso, y se convoque de inmediato a una Asamblea Nacional Constituyente. No más; pero tampoco menos.

La oligarquía peruana, la misma que llevó al poder a Fujimori por la vía electoral y después aplaudió la tiranía que instauró, prohijó su corrupción y aprobó las atrocidades que cometió en la lucha contra Sendero Luminoso, olvida una apostilla fundamental en la historia de ese pueblo: es heredero de los más grandes y heroicos -además pioneros-, luchadores por la libertad en Latinoamérica: Atahualpa y Túpac Amaru. Y así hayan sido estos derrotados con las armas de la perfidia y la traición, muerto a garrote el primero y decapitado el segundo, sus nietos alcanzaron la libertad. Y en esta coyuntura del 2023, no habrá Francisco Pizarro que lo impida.
Foto: El Peruano
@koskita

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