De niño escuchaba muchas versiones acerca de la cultura. Mis padres hablaban de cultos e incultos. Cultos eran para ellos los doctores, los gobernantes. “Personas pesadas”, decía mi padre. Incultos, eran los ignorantes, los analfabetos, los campesinos, mejor dicho, el populacho. Quien no iba a la escuela era un inculto, en el peor de los casos un “bruto”, bruto que no tenía ni pasado, ni presente, ni futuro.

Por Nelson Lombana Silva

Así, pues, nos correspondía adular, venerar a los “cultos”, a los “eruditos”, a los “sabios”, porque ellos eran los cultos, los dueños del universo, de lo visible e invisible. Durante largos y azarosos años esta masa amorfa no era considerada humana, porque no tenía conciencia, o sea, según los cristianos, alma, menos cultura. Tuvo que pasar muchos años para que la iglesia católica reconociera que el aborigen americano, mal llamado indio, tenía alma y derecho a existir.

Todavía se maneja esa vieja y anacrónica concepción, la que se expresa en el pensum académico. La educación en Colombia no es para liberar, es para amaestrar, idiotizar, dimensionar y alabar, la educación de la clase dominante. Incluso, se piensa ciegamente que toda persona estudiada es culta. Y, a la inversa, quien no ha podido asistir a un claustro es un analfabeto, un soberano inculto.

No es gratuito que un gran sector de la población colombiana aún no salga de su asombro de que Gustavo Petro haya pasado de Guerrillero a Presidente. No ha podido asimilar esta realidad, y siga pensando que es un insulto a los “cultos” de la gran burguesía que siempre han ostentado el poder en Colombia.

La cultura burguesa siempre ha estado en las alturas. Por eso, el poder en Colombia se lo repartían entre familias, porque el pueblo era inculto. Primero fue presidente Alfonso López Pumarejo, después su hijo, Alfonso López Michelsen; primero fue presidente Misael Pastrana Borrero, después su hijo, Andrés Pastrana Arango; primero Eduardo Santos, después Juan Manuel Santos Calderón, etc, etc, etc…

Con razón dijo el escritor costumbrista Álvaro Salom Becerra: “Al pueblo nunca le toca”. Dice también el vallenato: “Si un rico en la calle se pone a besar la novia, todo el mundo dice que es civilización; pero, si es un pobre que llegue a besar, mentándolo a la cárcel que va en contra de la moral”.

Nunca un rico es solidario con el pobre. Si lo trata es porque lo necesita para satisfacer sus intereses de clase. En cambio, un pobre sí es solidario con el rico. Está dispuesto a regalar su tesoro más preciado, su fuerza de trabajo, por un miserable salario o porque le conceda un saludo. Un rico va a la casa de un pobre y éste lo atiende con gallina. En cambio, un pobre va a casa de un rico y el trato es despectivo, de asco y fastidio.

Esa es la cultura imperante en el capitalismo. No es fortuito o accidental – por ejemplo – que los medios de comunicación fomenten la música extranjera, especialmente gringa, es decir, de Estados Unidos. Letra basura, mediocre, alienante; mientras se desprecia la música colombiana, la música mensaje. Se subvalora la literatura como tal y se promueve literatura alienante, mediocre, de superación personal. La clase dominante paga para que difunda la falsa versión como real de que usted es pobre y miserable, por usted mismo. Nadie tiene la culpa de que usted sea un desgraciado, usted es el único responsable de su desgracia.

De igual manera, nos han impuesto la cultura del individualismo. Predomina la cultura del egoísmo, del personalismo. Si para alcanzar la gloria hay que pasar sobre montañas de cadáveres, hágalo. Si tiene que mentir, sobornar, comprar condecoraciones, hágalo, pues es usted y nadie más. Compito, luego existo. Se impone el mundo de la apariencia. Cuántas criaturas se endeudan en grado sumo, simplemente por aparentar y poder estar en el club de los elegidos.

Por una cultura popular

“Nada se crea, nada se acaba, todo se transforma”, el gran principio de Lavoisier, comienza a hacerse realidad en Colombia. La clase dominada convertida en gobierno, un desafío histórico para asumir con conciencia social y de clase. La utopía de una nueva cultura: La Cultura Popular.

Posicionar la Cultura Popular, darle identidad, reconocimiento y valor, es el gran desafío del momento, la gran utopía. Esto será posible en la medida en que el pueblo reconozca, valore y dimensione su clase social. Rompa con el complejo de inferioridad y se logre liberar del yugo imperial de la cultura basura de la clase dominante.

Un sueño que no se dará de la noche a la mañana. Será un proceso duro y prolongado con avances y retrocesos. No hay concepción más dura y compleja que cambiar. El presidente de Estados Unidos que abolió la esclavitud fue asesinado por un esclavo. Este no pudo asimilar la Libertad.

Las expresiones artísticas y culturales deben reivindicar la realidad antropológica, sociológica, filosófica y humana del pueblo, la masa, la muchedumbre, la chusma, como se considera despectivamente en la clase dominante. Rescatar esos valores, es sumamente importante, porque implica reconocer la cultura popular, el pueblo, el “don nadie”.

El pensum académico debe ser crítico, analítico, pensando en la identidad popular de la masa, para que libremente pueda expresarse, con holgura, con valor y dignidad. Se puede lograr erradicando el complejo de inferioridad y fomentando la unidad, la solidaridad y el trabajo en conjunto. Es una lucha desigual, pero histórica y emocionante, sobre todo si se tiene en cuenta que “los tiranos son efímeros y los pueblos eternos”, además, que la historia la hacen los pueblos, no los individuos. Que se imponga la cultura popular, la cultura del pueblo colombiano, con toda la riqueza y poderío que se sustenta en la diversidad y pluralidad.

Foto: Bakanica

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