Llegó el tiempo de atrevernos a la descolonización radical de la conciencia plurinacional de Abya Yala

Por: Yldefonso Finol

Epígrafe

Memorias del Congreso Cultural Cabimas 1970

“La cultura dominante en nuestro país es una forma (ideal, literaria, artística, ideológica) de la dependencia y el colonialismo. El arte, la moral, la literatura, las costumbres, los hábitos, los gustos, los criterios de valoración y los valores, la forma como han sido educados el pensamiento y la sensibilidad, los sentimientos, las emociones….y ¿por qué no? las pasiones, son engranajes y tornillos de un sistema total de dominación. En la esfera de la cultura se da la última vuelta a la tuerca, allí el colonialismo aplica el supuestamente refinado torniquete a la conciencia y la sensibilidad; se trata de una opresión de segundo grado por cuanto tiene por objeto quebrar la reacción contra la represión; la cultura colonial, colonialista y colonizante, es el ramillete de flores con las cuales se pretende embellecer las cadenas, el despojo, la humillación, la miseria y la triste condición subhumana en que vive la mayor parte de nuestro pueblo. Se dirá que son flores de papel de olor cursi y empalagoso… y es verdad, pero son flores al fin; falsas flores de papel, de plástico, realizadas con desechos y condenadas a desaparecer… y es verdad, pero no por esto dejan de ‘cubrir’ ocultando la realidad, no por esto dejan de adormecer la conciencia y por ende de fortificar la dependencia y el despojo imperialista. Creo, en dos palabras, que la cultura reaccionaria juega un importantísimo papel en el sometimiento de nuestro país.” (Pedro Duno, 1970)

Introito

El glosario de la autoflagelación colonialista

Esta idea me nació luego de años revisando la literatura conocida como “Crónicas de Indias” y de verificar que la historiografía, la antropología y otras disciplinas afines, continuaban repitiendo categorías establecidas por el discurso colonialista que se perpetuaron como justificadoras de la invasión y –por tanto- encubridoras del genocidio y el saqueo perpetrado por los imperios europeos contra los pueblos originarios del continente llamado “América”, que hoy reconocemos como Abya Yala.

Observé cómo las efemérides oficiales, más que conmemorar, celebraban (y aún celebran) la llegada de aquella invasión catastrófica para la humanidad ancestral de esta parte del mundo. No sólo era el término “descubrimiento”, del cual hubo algún debate –tímido para algunos- en 1992, introduciéndose eufemismos como “encuentro de dos mundos”, pero también, desde otras perspectivas anticolonialistas comenzamos a proponer con cierto éxito el cuestionamiento de la categorización que se consideraba intocable para las elites intelectuales y políticas serviles a la opresión.

Los conceptos de “descubrimiento” y “día de la raza” entraron en crisis, y hablamos de “resistencia indígena”, invasión, genocidio, saqueo, aunque seguían predominando en el lenguaje coloquial, en la enseñanza escolar, en el discurso político tradicional, las nociones impuestas desde tiempos coloniales. Nada es más difícil que desmontar la dominación cultural que se apropia de la conciencia colectiva a través de la lengua y otras simbologías, como construcciones espirituales más específicas de lo humano, es decir, de lo social, de esa contradicción permanente entre la dominación que se aferra al poder y el privilegio, y la insurgencia transformadora que nunca se resigna al yugo.

Un primer aporte fue publicado en la revista A Plena Voz: “Las palabras crean la existencia en la mente humana. Nombrar es dar vida. Las culturas dominantes basan su poder en la posibilidad de decir las cosas desde su mirada, con sus palabras y en función de sus intereses. Lo paradójico se pasea como bufonada idiomática en la nombradía invasora. Nos llamaron “Indias” por equivocación. El continente fue bautizado en honor de Américo Vespucci y no de Colón. Los venezolanos Francisco de Miranda y Simón Bolívar propusieron el nombre de Colombia y al final le quedó a la Nueva Granada. Venezuela disque significa “Pequeña Venecia”, pero el sufijo zuela es despectivo no diminutivo. Argentina viene de argento que es plata, y así se designó al Río de la Plata porque por allí sacaban los españoles la plata de Potosí, Bolivia.

Sean enredos casuales o no, el colonialismo no desmaya en reproducirse y eternizarse, y se vale de cualquier argucia para dominar. Pero más allá de lo anecdótico y curioso, el asunto de fondo es la dominación cultural que se extiende en el tiempo a través de la ideología dominante, vale decir, la ideología de los imperios.

En el caso de las naciones sojuzgadas por las potencias coloniales, se impone a través de instituciones como la religión y la escuela, un ideario signado por la superioridad racial del invasor, la exaltación de lo foráneo y la justificación de ese “destino” que tocó vivir. Es la clásica alienación que reduce al oprimido a ser reproductor del sistema que lo oprime.

Por la otra cara de la moneda, se manifiestan el desinterés por conocer la verdad histórica y el desprecio por todo lo que nos recuerde quiénes somos realmente, es decir, por todo lo ‘indígena’.

La ideología dominante –y la capitalista es continuación de la colonial- se encarga de fijar los códigos de expresión de las realidades en función de los intereses del sistema que la sustenta. Como decía un teórico del lenguaje: ‘Sin signos, no hay ideología’.

En fin que, parafraseando a El Libertador, podríamos concluir que por las palabras nos han dominado más que por la fuerza; de allí nuestra aportación del concepto de Mitos Alienantes, que son estructuras culturales de dominación ideológica, basadas generalmente en falacias históricas y costumbres impuestas desde los centros de poder, para inocular la sumisión y la desmemoria a los pueblos.” (Finol, 2011)

Ese glosario de autoflagelación colonialista, continúa haciendo estragos entre nos, a través de categorías ideológicas disfrazadas de “tradiciones” que hacen el maleficio: normalizar lo terrible, legitimar el exterminio, forzar la inhibición de la crítica. Es la más sofisticada cultura de la sumisión.

Forman, entre otros, ese glosario autoflagelante, las siguientes categorías: fundación (el invasor “fundó” nuestras ciudades, hay que hacer la fiesta), poblamiento (los invasores “poblaron” las “Indias”, no exterminaron a los tainos), civilización (la trajeron ellos al invadirnos, los mayas son extraterrestres); y no podía faltar el prefijo “pre” que marca el “génesis”: todo comenzó con la mirada del invasor.

I

La primera gramática del castellano fue encabezada por la expresión: “Que siempre fue la lengua compañera del Imperio”, al decir de su autor (alias) Antonio de Nebrija. La misma fue editada en Salamanca en 1492, mismo año del primer viaje de Cristóbal Colón.

Para más claridades, sepamos del propio Nebrija, las aspiraciones imperiales que ya contenía su elaboración idiomática: “El tercero provecho de mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Salamanca di la muestra de esta obra a vuestra real majestad, y me preguntó que para qué podía aprovechar, el muy reverendo padre Obispo de Ávila me arrebató la respuesta; y respondiendo por mi dijo que después que vuestra Alteza metiese debajo de su yugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, con el vencimiento aquellos tendrían necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua…” (Nebrija al prologar su Gramática para la reina Isabel, en Salamanca, 1492)

En su artículo “Cinco siglos de prohibición del arcoiris en el cielo americano”, Eduardo Galeano protesta por quienes no tenemos tribuna, ni púlpito, ni presídium: “Los indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra. El lenguaje no es una señal de identidad, sino una marca de maldición. No los distingue: los delata. Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse. ¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse?” (Ser como ellos y otros artículos, Siglo Veintiuno Editores, México, 1992)

Nuestro Andrés Bello, que pensó y realizó una gramática de la Independencia, tuvo claro que su aporte de sabio debía colocarse del lado de los oprimidos y no de las potencias supremacistas que asaltan a la fuerza la paz y los bienes de los pueblos: “Se forman las cabezas por las lenguas, dice el autor del Emilio, y los pensamientos se tiñen del color de los idiomas…No tengo la pretensión de escribir para castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos los habitantes de Hispanoamérica.” (Citado por Amado Alonso en Introducción a los estudios gramaticales de Andrés Bello)

La concepción idiomática de Andrés Bello es coherente con su visión anticolonialista que en lo político rescata el historiador venezolano José Gregorio Linares citando en su magnífica obra Bolivarianismo versus Monroísmo: “En la república de las naciones, hay una aristocracia de grandes potencias, que es en la que de hecho reside exclusivamente la autoridad legislativa; el juicio de los estados débiles ni se consulta, ni se respeta… El soberano que emprende una guerra injusta, comete el más grave, el más atroz de los crímenes, y se hace responsable de todos los males y horrores consiguientes: la sangre derramada, la desolación de las familias, las rapiñas, violencias, devastaciones, incendios son obra suya”. (CESB, 2020, pag 70)

Si vamos a descolonizar (en serio), vamos a las raíces mitológicas del crimen de lesa humanidad cometido por los imperios europeos contra las naciones originarias de Abya Yala. Parafraseando a Galeano, podemos afirmar que los imperialismos, para despojar a los pueblos de su libertad y de sus bienes, los despoja primero de sus símbolos de identidad.

Las luchas actuales contra los incesantes resabios colonialistas, contra los imperialismos, contra el capitalismo, deben incluir la agenda descolonizadora de las conciencias globales, y desentrañar los genocidios llevados a cabo por los viejos imperios europeos contra las naciones originarias, por en la línea de tiempo de las sociedades explotadoras, debemos apuntar con Carlos Marx, lo afirmado en el capítulo XXIV del tomo I de El Capital: “Los descubrimientos de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de las población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista”.

La invasión violenta como forma de acumulación de capital, es la causa del “desarrollo” de unos pocos países versus el “subdesarrollo” de muchos otros. Ya decía Lenin en 1905 que “en el aspecto político el imperialismo es, en general, una tendencia creciente a la violencia y la reacción”. No hay otra forma de arrebatarles a los pueblos del mundo su derecho a vivir dignamente.

II

Un paréntesis

Punto previo, amistades lectoras, para comprender realmente el significado de “prehispánico”, deberíamos despejar antes la cuestión de ¿qué es Hispania?

El Diccionario de Historia de España de Javier Alvear Ezquerra (Ediciones Istmo S. A., Madrid, 2001), define este término como el “nombre que los romanos dieron a la península Ibérica”. Según la entrada “Hispania” de este texto compilador, “el uso del término Hispania, nombre oficial de la Península, se generalizó entre los autores griegos a partir de la época imperial romana, aunque sigue apareciendo el término Iberia”.

Indistintamente de comentar –como casi todas las fuentes sobre este tema- las diversas e inverosímiles raíces etimológicas de la palabra (lo cual no es el interés central de este artículo), no queda duda respecto del momento histórico de aparición del toponímico que designa a la actual España: la invasión romana. Entonces, Hispania, en conclusión, es una creación político-territorial del Imperio Romano, quien le dio nombre.

Hispania es nombrada por primera vez en los textos clásicos por Ennio, poeta de la épica latina, a quien Cicerón consideraba el Homero de Roma. Estos autores se refirieron a Hispania como “tierra de bárbaros”, a quienes atribuían costumbres extrañas como “lavarse los dientes con orina”. Se calcula que el dominio romano en la Península Ibérica renombrada Hispania, comenzó en el año 218 a. n e. y llegó a su fin hacia el año 19 a. n. e.

En la “Breve Historia de España” de Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga, el término Hispania tiene veintiuna menciones. Sólo rescataré la primera referencia sintetizadora, porque –repito- no es la intención de este texto extenderse en la vieja historiografía peninsular, sino dejar claramente establecido el momento de gestación de Hispania, como hito histórico, en una época y un espacio geográfico determinados.

Dicen los autores: “Roma impone una política integradora al someter toda la península, con frecuencia de forma brutal y sangrienta, a su modelo de cultura. De su mano, los adelantos del mundo clásico en el urbanismo, la economía, la cultura o la religión, acampan en el solar ibérico vertebrando esa realidad histórica que denominamos Hispania”. (pag. 20)

Vale decir que lo “prehispánico”, es realmente lo ibérico antes de ser creada Hispania por el Imperio Romano.

III

“Prehispánico”: palabra asesina de la diversidad originaria

El peruano Gustavo Gutiérrez –en clave lascasiana- acuñó el término “catástrofe demográfica”, para definir lo ocurrido con el desplome poblacional de ese territorio que los invasores europeos llamaron al principio “Las Indias”. En su libro “En busca de los pobres de Jesucristo”, Gutiérrez resume las estadísticas de población estimadas por diversas escuelas antropológicas: “Los cálculos son muy variados. Las estimaciones más bajas las dan Kroeber (8.400.000), Rosenblat (13.380.000) y Steward (15.500.000). Las más altas Dobyns (de 90 a 112.000.000) y la escuela de Berkeley (100.000.000). Sapper (37 a 48.000.000) y P. Rivet (entre 40 y 45.000.000) se sitúan entre las posiciones medias. W. Denevan presenta un estado de la cuestión haciendo un acucioso balance de los estudios dedicados al tema; después de una revisión de los criterios usados para calcular la población precolombina de las Indias, el autor opta por 57.300.000 personas (con un margen de error que va de 43.000.000 a 72.000.000).”

Esas millones de muertes es lo que celebran en España y Europa con el fulano “Día de la Hispanidad”.

“La academia colonialista se empeña en llamar ‘precolombino’ o ‘prehispánico’ a todo lo ancestral de nuestro continente. Se escuchará a oradores en las efemérides invasoras mencionar ‘los palafitos precolombinos que le dieron el nombre a Venezuela’, y uno no puede evitar preguntarse con alguna íntima dosis de sarcasmo: ‘entonces los palafitos actuales, son qué, ¿post-colombinos?’

Las pirámides Mayas que aún se yerguen vetustas por sobre las edades, las cerámicas de toda la franja costera, la orfebrería muisca, no son ‘prehispánicas’, trascenderán con creces a España, que a Colón ya lo vieron enterrar hace rato. Tener que apelar a una ubicación temporal con hito en la invasión, es también una forma de darle supremacía al momento histórico en que comenzó la destrucción de nuestros pueblos originarios. Es reafirmar ese núcleo ideológico duro de la Colonia, de que con la llegada de los invasores comenzó todo. Pero, además, es negar los avances científicos de los últimos dos siglos, cuando la antropología, la arqueología y ciencias conexas, han desarrollado teorías y prácticas suficientes para determinar la edad de las presencias biológicas y culturales milenarias. Nuestro arte antiguo, no es “pre”, es sencillamente nuestro arte originario. Mejor aún si lo afirmamos en plural: ni descubiertos, ni fundados, ni ‘prehispánicos’, somos pueblos y culturas originarias. (La infundada “fundación” de Maracaibo, Y Finol, 2015)

El término “prehispánico” no sirve para identificar nada en nuestra Abya Yala; su uso impuesto por la visión positivista pro colonialista, tiene un carácter eminentemente ideológico como mito alienante reproductor de la opresión y la cultura de la sumisión eurocéntrica, supremacista y obscenamente racista.

Coloquialmente existe una expresión para aquello que se pretende mezclar, con fines de confusión, objetos o realidades que tienen sus particularidades, pero que se esconde con algún propósito: “un saco de gatos”.

El concepto “prehispánico”, y menos el “precolombino”, por más efímero e insignificante, sirven para nada que no sea negar la existencia de lo originario, asesinando las nombradías culturalmente adecuadas y científicamente comprobadas; el colonialismo y sus apologetas meten en “un saco de gatos” las existencias materiales y espirituales de todo un continente y un archipiélago inmensos, riquísimos en idiomas, artes, saberes, naturaleza, cosmovisiones, civilizaciones, deportes, poesía, escultura, arquitectura, edades, gastronomías, economías, éticas, historias.

El término “prehispánico”, encubridor del genocidio como todo el glosario de la autoflagelación colonialista, pretende además imponernos el memoricidio, que olvidemos nuestras raíces más genuinas, y los crímenes atroces de que fuimos víctimas; no sirve sino para marcarnos con hierro candente en la conciencia, que ellos, los extraños que nos invadieron, siguen allí acechantes, “superiores”; o peor aún, viven en nosotros como una pesadilla con somnífero de la que nunca podremos despertar.

No sirve “prehispánico”, porque no fue sólo Hispania, por más que se vanaglorien de “descubridores”, “fundadores” y “evangelizadores”; también fue el Sacro Imperio Germánico, Inglaterra, Francia, Portugal, Holanda, los agiotistas de Flandes, Augsburgo y Venecia, y ese país etéreo pero mortífero como un gas letal llamado el Papado, y los demás engendros bíblicos. ¿Acaso la España imperial no terminó sus tiempos a la saga de la Europa que se industrializó con la acumulación originaria de que hablaba Marx en el párrafo precitado?

No sirve “prehispánico” para empaquetar una multiplicidad de civilizaciones como era lógico que se desarrollaran en una tan extensa y exuberante geografía, con tal diversidad paisajística como tantas pueden existir en el planeta Tierra. No caben en ningún “pre”.

Ni sirve ese mito colonialista para forjar un amasijo vacío de significados esenciales, donde coexistieron distintos momentos históricos regionales, con diferentes modelos societarios, variedad de modos de producción, escalas tecnológicas diferenciadas, incluso entre naciones con troncos lingüísticos comunes pero con relaciones sociales diversificadas en entornos ecológicos y cosmogónicos específicos.

Para el antropólogo Ronny Velázquez, en un artículo (cuyo título obviaré amablemente): “no se puede generalizar ni sobre los pueblos indígenas, ni sobre sus nichos ecológicos. Cada uno es específico y particular y en este sentido ya estamos asumiendo la diversidad cultural, lingüística y geográfica”. (Foro del Futuro No. 12 de abril del 2008)

Tal diversidad se constata en el pasado por la conservación de construcciones monumentales en las regiones mayas, mexicas o incásicas; por las investigaciones sobre las prácticas productivas agrícolas (Sanoja y Vargas, 1982), por la herencia artística y artesanal, y los hallazgos arqueológicos (Cruxent, en el caso venezolano) que dan cuenta de culturas sepultadas en las oscuridades del tiempo; también por la tradición oral de los sobrevivientes del genocidio (Alvarado, Paz Ipuana, Jusayú, Janh, Patte, Mosonyi, entre otros); y en el presente, por el contacto con las realidades de naciones originarias, presencialmente o a través de estudios, destacando la inmensa capacidad de resistencia que nuestros pueblos ancestrales desarrollaron desde el primer día de la invasión, pasando por las agresiones de factores contemporáneos de poder que continúan el mismo afán de lucro de aquellos primeros invasores de finales del siglo XV.

IV

Bolivarianamente: historia rebelde, insurgente

El Libertador Simón Bolívar sucumbió a la fascinación por el mundo originario en Cuzco: “Manco Capac, Adán de los indios, salió de su Paraíso titicaco y formó una sociedad histórica, sin mezcla de fábula sagrada o profana. Dios lo hizo hombre, él hizo su reino, y la historia ha dicho la verdad; porque los monumentos de piedra, las vías grandes y rectas, las costumbres inocentes y la tradición genuina, nos hacen testigos de una creación social que no tenemos ni idea, ni modelo ni copia (Mariategui debió leer este texto, no sé, digo yo). El Perú es original en los fastos de los hombres. Esto me parece, porque estoy presente, y me parece evidente todo lo que, con más o menos poesía, acabo de decir”.

No caben en ningún “pre”, esas inmensidades creativas, ni las modestas vidas lacustres del Titicaca con sus casas flotantes de totoras, y la vida palafítica de los originarios (ani añun te-ayé) del estuario Maracaibo (Tinaja del Sol), con sus canoas ligeras y su exquisita pesca; ni los míticos mapuches araucanos reivindicando sus tierras, o los talentosos guaraníes con un país hablando su idioma; ni los legendarios hijos de la piña, los barí que flecharon a Alfinger; ni los que exigimos la libertad de Leonard Peltier, el preso con más tiempo encerrado en las cárceles de Estados Unidos, un originario lakota que asumió las luchas de los pueblos ancestrales del norte de Abya Yala y lleva 47 años en prisión por ser un activista por los derechos humanos de los ‘legítimos dueños de esos territorios’ (Carta de Jamaica) invadidos por los supremacistas británicos.

Pero si ha sido un error repetitivo impuesto por la fuerza opresora del colonialismo aplicar a toda existencia y expresión humana el parapeto idiomático de “prehispánico”, más garrafal desacierto es utilizar el remoquete para etiquetar nuestros productos naturales absolutamente autóctonos. No se puede llamar “prehispánico” nuestro algodón, nuestros frijoles, nuestro cacao, nuestros aguacates, nuestro tomate, nuestras guayabas, piñas, guanábanas; nuestra yuca, nuestra papa, nuestro maní, nuestro maíz, nuestros ajíes, nuestro cocuy, nuestra chicha, nuestras delicias fluviales, marinas y lacustres, nuestros venados, chigüires, guanacos; nuestra arcilla, nuestras maderas, nuestras hojas medicinales, semillas y flores.

Todas estas amadas criaturas existen miles de años antes que los romanos constituyeran bajo su Imperio una tal Hispania.

Pedro Cunill Grau, en su obra Biodiversidad y recursos naturales venezolanos para el mundo, sólo refiriéndose a Venezuela, resume en interesantes cifras nuestros productos vernáculos: “Estudios recientes revelan su extraordinaria riqueza biológica comparable con la del Brasil, el país de mayor biodiversidad del planeta. En relación a los vertebrados en Venezuela se reconocen 351 especies de mamíferos, 1360 especies de aves, 341 especies de reptiles, 284 especies de anfibios, 1.000 especies de peces dulceacuícolas y 791 especies de peces marinos. A ellos se agregan 14.292 especies de plantas superiores, lo que explica que en este orden el espacio venezolano esté en el octavo lugar del mundo.”

Nuestra biodiversidad merece existir, ser nombrada por sus nombres, identificadas con la región de donde provengan o donde se les valore o utilice de la mejor manera.

Por último, al hacer esta invitación respetuosa y fraterna a toda la comunidad historiográfica y antropológica, extensiva al colectivo hacedor de escrituras y enseñanzas en lo multidisciplinar, dejo en la mesa de debate las siguientes propuestas para referirnos a ese tiempo de lo nuestro ancestral, cuando necesitemos generalizar: originario, pre-invasión europea, antes de la invasión europea, antes del genocidio, antes del etnocidio, antes del memoricidio.

Lo correcto, sin embargo, sería designar a cada cultura, cada pueblo, cada nación, cada civilización, cada idioma, por su nomenclatura específica, vista desde el auto-reconocimiento, de ser posible en la lengua original del caso que se tratare.

Mientras, nuestra hermana nación guna (dule) nos ha regalado ese bello nombre Abya Yala que vamos saboreando para “exorcizarnos” del invasor. En el idioma añún nukú del estuario maracaibero (con un solo hablante Jofris Márquez y colectivos de aprendices e investigadores luchando por salvarlo), quedó el término Mmogor, que designa al espacio geográfico donde existimos en el abrazo de Güíntoin Schoiñi, la Madre Agua.

Llegó el tiempo de provocar una ruptura radical con las trampas ideológicas que desde el lenguaje siguen insistiendo en sojuzgarnos. Es cuestión de atrevernos.

Maracaibo, 29 de noviembre de 2022

A 449 años de la Primera Batalla Naval de Maracaibo, cuando el pueblo añú derrotó y expulsó de nuestra patria lacustre al invasor Alonso Pacheco y su ejército.

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